Los morbos de mi jefe no conocían más límite que el disfrutar humillándome, cada vez más. Cuando nos quedábamos solos en la oficina, directamente me hacía desnudar, para quedarme en medias y braguitas, ya que todos los días tenía que llevar ropa íntima de mujer debajo de mis prendas.
Entonces, me llevaba a su despacho, cuando acababa de usar el retrete y aquello apestaba desde afuera, me ataba los brazos a la espalda con cinta de embalar, me ponía de rodillas delante del retrete a rebosar con sus truños y meos y empujaba mi cabeza dentro, luego, me pasaba por detrás de la cabeza varias cintas adhesivas que pegaba al water y yo ya no podía retirar mi cara de la espantosa visión de sus excrementos y tenía que tragarme toda esa peste humillado, arrodillado, vistiendo como una zorra.
Así me tenía entre una hora u hora y media, a veces meaba sobre mÍ y sus meos bajaban por mi pelo hacia dentro del retrete, otras veces me azotaba el culo con una regla y otro utensilio.
Le gustaba tanto esa humillación extrema que decidió hacer eso cada día, después de venir de comer y echar su cagada diaria.
Yo tenía que estar ahí de rodillas tragando su hedor. A veces, me obligaba a limpiar las paredes de dentro del water con la lengua y, si estaba muy cachondo, tenía que comer sus excrementos.
Un día me llamó a su despacho y me dijo que me iba a poner a media jornada. Pensé que ahí acabaría mi calvario de todas las tardes, por fin me dedicaría a trabajar exclusivamente, y se acabaría esa oscura etapa de mi vida que me costaría mucho olvidar.
Pero sus argumentos fueron otros: como por las tardes no le sacaba ningún trabajo adelante, que me pasaba las tardes zanganeando, mamando polla, bebiendo meos y otras cerdadas, no podía mantenerme así más tiempo, así que ya sólo me pagaría por las mañanas, pero que tendría que seguir viniendo por las tardes a ser su esclavo, pues se había acostumbrado y le encantaba humillarme.
Eso sí, como iba a tener que comprarme ropa de esclava y algunos artículos como látigos, esposas, aros-mordaza y mordazas de bola, cosas que había estado viendo por internet, le tenía que dejar mi tarjeta del banco y la clave, para poder comprarlas con mi dinero, pues todo eso era para mí.
Sin dinero, explotado por las mañanas como un negro y por las tardes una esclava sexual, un retrete humano, etc.
Me levantaba cada día y acudía a mi mazmorra como un zombi, allí mi Amo y Señor disfrutaba a todas horas. Por las mañanas, muchas veces me hacía trabajar con "cosas" metidas en mi boca, cosas que traía cada día, como sus tangas sucios, calcetines sudados, condones usados de la noche anterior, etc. Y yo estaba allí, al teclado, metiendo facturas, intentando responder al teléfono sin que se me note que tengo un condón de mi amo en la boca a punto de reventar y tragarme toda su corrida...
Ya no importaba que no ganase dinero, de hecho a veces eso también me daba morbo: yo sufría las mayores injusticias y más infrahumanas humillaciones sólo por satisfacer los morbos y los vicios de un macho dominante y vicioso que me había esclavizado hasta límites inimaginados por mí.
Todo llega a su fin y, después de casi dos años trabajando en aquella oficina, un buen día me dieron la patada.
No sé si fue porque ya tocaba hacerme un contrato mejor o qué, lo cierto es que no me preocupó demasiado dejar aquel trabajo, al menos podría salir de mi infierno de aquellas tardes entregado a ser el esclavo, criado, secretaria e incluso retrete de aquel despiadado hombre.
Mi Jefe IV
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