45 Años cumplí ayer. Todos en mi familia y amigos saben que soy gay, tengo novio hace 8 años y soy percibido generalmente como un hombre serio, responsable, respetable, digno, masculino, culto. Mi novio, sabe que no siempre soy ni respetable, ni digno, ni masculino.
Cuando pienso en mi padre y lo que él siempre ha querido e imaginado de mi, siento un deseo incontenible de ser todo lo contrario. Si mi padre me quiere y me imagina digno hablándole a un grupo de personas, yo me deseo tirado en el piso siendo humillado por hombres. Si mi padre me quiere e imagina dando un discurso para compartir mis conocimientos, yo deseo no poder hablar porque me han metido una verga en la boca y me han dicho "cállate perra" o cualquiera de esas frases que durante décadas ya, se han ido instaurando en mi cerebro. Frases pronunciadas siempre por hombres excitados sexualmente, exudando testosterona, sintiendo la necesidad de expulsar su semen después de haberse sentido machos, superiores, fuertes, después de haber sido servidos; frases que encajan en mi psiquis como piezas de rompecabezas. De hecho, dependiendo de la fortaleza y virilidad en los mensajes, se moldea la recepción de mi mente y así, entre más fuerte y dominante se muestre el hombre, mi cerebro se adapta al contrario para ser lo suficientemente débil para recibir la información, para aceptar ser humillado y menospreciado por todo aquello que mi familia y algunos amigos conocen de mi. Al estar en presencia de un hombre de esos que se saben superiores, nada de lo valioso que hay en mi resalta, en cambio, surge el deseo de servir, de entregarme, de enfocar mi mente y mi cuerpo para el placer del otro.
Hubo un tiempo en que al relacionarme con hombres homosexuales, siempre buscaba y exigía respeto, consideración y un trato amable, exigía que se reconociera mi dignidad. Casi siempre conocía hombres por redes sociales y tenía citas normales, a veces terminando con sexo pero siempre dejando un sinsabor al final, nunca sintiéndome plenamente satisfecho, intelectual y sexualmente hablando aunque hubiera tenido conversaciones muy interesantes y aunque el sexo haya sido placentero. Siempre sentía que había algo que faltaba, algo que me faltaba.
Un día me cité con un hombre en un bar del centro pero él nunca llegó, esperé una media hora. Cuando iba saliendo del bar, vi un folleto pequeño, sobre otros iguales, metidos todos en una caja de madera con un aviso que decía: "Gratis. Lleva 1". Así es que lo tomé y lo metí en un bolsillo del pantalón. Pensé en ir a casa después de la cita fallida pero compré un café negro en la calle y me senté en una banca. Al sentarme se arrugó el folleto en el bolsillo del pantalón, lo saqué y empecé a hojearlo. Era publicidad de distintos lugares para homosexuales, muchos de ellos claramente enfocados en encuentros sexuales. Yo sabía de la existencia de estos lugares, saunas, cabinas de internet con gloryholes, cines porno, videosalas compartidas de porno, pero nunca me había interesado en conocerlos, siempre consideré que para tener un encuentro sexual, se debe antes sentir cierta empatía hacia esa persona y eso solo se logra conversando y conociéndola. Nunca me había interesado en esos lugares pero me llamó la atención la publicidad de un cine porno que se encontraba ubicado a unas pocas cuadras de donde yo estaba. En la publicidad aparecía un hombre desnudo, de rodillas, sucio de lo que parecía ser grasa automotriz, con su cara untada de lo que parecía ser semen y a su alrededor se veían las piernas de al menos 6 hombres. Toda la escena era en mi cerebro consciente, algo despreciable, un hombre que permite que otros lo humillen y lo degraden de esa manera resultaba repugnante para mi, pero a la vez, mi pene se empezó a llenar de sangre y súbitamente sentí curiosidad por conocer ese lugar. Sin pensarlo mucho, observé bien la dirección y me dirigí hacia allá. Al principio no iba pensando en nada pero cuando faltaba una cuadra para llegar, me empecé a sentir nervioso, cosa que considero completamente normal al ser la primera vez conociendo un sitio para encuentros sexuales. A medida que me acercaba más y más a la puerta de entrada, me empecé a excitar y a poner más nervioso, pero seguí caminando. Recordé la imagen de ese hombre sucio, lleno de semen, tirado en el piso y me excité muchísimo pensando en lo que él estaría sintiendo en el momento de recibir toda esa esperma masculina y sobre todo, en lo que estaría pasando por su mente y me excité aun más con un pensamiento que vino de manera repentina pero absolutamente contundente. El debía estar sintiéndose feliz por haber servido a todos esos hombres a su alrededor, él debía estar pensando que fue de gran utilidad para esos hombres a su alrededor, él debía sentirse satisfecho sobre todo porque los satisfizo a todos ellos antes que a él mismo. Pensé, y no sé de dónde venía este pensamiento, y al pensarlo me excité, creo, como nunca antes y tuve que acomodarme la verga que seguía creciendo en el pantalón y sentí un escalofríos que me recorrió todo el cuerpo y me hizo tronar los huesos del cuello y estirar los brazos como cuando uno se despereza; pensé que el hombre se sentía feliz y satisfecho porque estaba al servicio de esos hombres, porque la razón de su existencia es servir sexualmente a hombres para el placer de ellos, de ellos, siempre, principalmente el placer de ellos, y que solo así, al concentrarse y enfocarse en el placer de quienes lo están usando, es de donde podía obtener el suyo propio, es decir que su verdadero placer no era posible si no había sido usado antes, su propio placer no era posible si no era humillado para el disfrute de otros, su propio placer no era posible si su dignidad no era burlada y negada por otros. Y entonces, toqué el timbre.
ACEPTANDO LA HUMILLACIÓN (Parte 1)
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