A mis 30 y pocos años siempre había estado en pareja cerrada: una sucesión de escasas relaciones duraderas que no me habían permitido cumplir ciertas fantasías que alguna que otra vez habían rondado por mi cabeza. Pero hacía meses que la historia con Raúl había acabado y el duelo estaba a esas alturas superado. Yo trabajaba como administrativo en una pequeña empresa a unos 30km de casa, y de camino al trabajo, cada día, pasaba por las afueras de un polígono que sabía que tenía una zona de cruising, y cada vez que pasaba por allí mi corazón se aceleraba, aunque nunca había reunido el valor suficiente para probar qué era aquello que me daba tantísimo morbo. De manera casi fortuita me había surgido una oportunidad laboral mucho mejor, así que llevaba unas pocas semanas preparando mi despedida y aquel viernes era mi último día, por lo que mis compañeros habían preparado una cena de despedida. La cena fue alegre y triste a la vez, con regalos y buenos deseos y también algo de alcohol. Y yo sabía que no volvería a pasar por allí mucho más, así que armándome de valor decidí que era el momento: la primera vez que iba a hacer cruising en mi vida. Hace años de esto, pero aún recuerdo los nervios, la excitación y toda una serie de ideas que me rondaban por la cabeza a la vez. Sin pensármelo demasiado, probablemente ayudado por alguna que otra copa de más, en el camino de vuelta a casa tras la cena, me dirigí hacia aquel sitio apartado en un polígono desconocido. Era una noche cerrada de invierno y el frío apretaba, por lo que la calefacción estaba casi al máximo. Una vez aparcado cerca de una de las muchas naves que lo pueblan, permanecí dentro del coche, con miedo, inhibido, sin saber qué hacer, sin saber si aquel era el sitio exacto, ya que no había apenas movimiento, sólo algún coche que iba y venía muy puntualmente y que podría ser de los trabajadores del turno de noche. "Tiene que ser aquí", me repetía a mí mismo. Así que esperé, temeroso… Esperaba y esperaba hasta que casi había perdido la noción del tiempo. "¿Cómo funcionará esto? ¿Cómo le entro a alguien?", no sabía cómo, pero lo que tenía claro es que esa noche iba a volver a casa habiendo cumplido una de mis fantasías: tener sexo con desconocidos.
A los minutos de estar aparcado, un hombre que apareció como de la nada se acercó a la ventanilla del asiento del copiloto y me hizo un gesto para que la bajase.
- Hola, ¿qué tal todo?
- Bien, bien, aquí… Jejeje -dije yo, que aún notaba unos leves efectos por el alcohol de la cena, aunque ya empezaban a remitir.
La risa nerviosa debió hacerle gracia y sin duda se percató de que aquel chico era primerizo en esa clase de lugares. Probablemente eso le empujó a no mediar más palabra, subir al coche, cerrar la puerta rápidamente y esgrimir un escueto "tengo prisa", que balbuceó abriéndose la bragueta y sacando su rabo medio duro. A mí se me hizo la boca agua al ver aquel miembro con ganas de ser exprimido. Él era un hombre de unos 50 y tantos años, robusto, grandote, no excesivamente guapo pero sí con muchísimo morbo, que aumentó al percatarme de que tenía un anillo en su dedo anular. Sin decir absolutamente nada, y tras volver a subir la ventanilla, me sorprendí yendo a buscar su polla con la mano para hacerle un buen pajote. Me insistió en un par de ocasiones para que bajara mi boca a su caramelito, que se había puesto duro como una piedra, pero los nervios aún controlaban mis instintos y denegué la propuesta, así que no mucho después de empezar a menear aquel rabo el hombre casado explotó de placer y con unos gemidos casi imperceptibles me mojó los dedos, manchando el asiento y el salpicadero con su leche. Así que tras finalizar, limpiarse lo que pudo con papel higiénico, abrocharse los pantalones, salir del coche y soltar un "hasta luego" indiferente, dejé que su lefa permaneciera en mi mano, que utilicé como lubricante para masturbarme.
Aunque la situación había sido morbosa para un primerizo como yo en aquel momento, aún no me había corrido y el deseo de hombre era incluso mayor, así que di un par de vueltas por la zona, esperando encontrar otro macho deseoso de ser exprimido. Y aquel día, sin yo saberlo, los astros se habían alineado para mí, ya que lo que iba a pasar a continuación cambiaría para siempre el devenir de mis deseos, fantasías y estilo de vida. Tan inesperado y tan desconocido que yo aún no podía ni imaginar.
Es cierto que yo había fantaseado anteriormente con alguna película X algo más hardcore que el típico porno vainilla de cualquier escena de veinteañeros con cuerpos perfectos, pero al margen de ver a hombres maduros, peludos, musculados y sudorosos follar duro (cosa que me pone especialmente cerdo) no había ahondado más en ello.
Después de un par de vueltas me percaté de que un Audi A1 rojo me había estado siguiendo durante un rato. Era de noche y era imposible ver quién y cómo era el hombre que conducía el coche y estaba buscando cerdeo con otro tío.
Aparqué a un lado de una de las calles del polígono, a la vuelta de donde escasos minutos atrás le había hecho una paja a un tío casado, a la expectativa de lo que podría suceder a continuación. Él aparcó justo detrás de mí. El temor a lo desconocido aún se apoderaba de mis acciones por lo que, una vez más, permanecí dentro del coche, casi inmóvil, con la respiración acelerada, esperando que la otra persona diese algún tipo de señal, un primer paso, ya que yo me encontraba prácticamente paralizado. Y no tuve que esperar mucho, ya que a los pocos segundos de aparcar, una figura grande e imponente bajó del coche. Debido a la escasa visibilidad no alcancé a vislumbrar mucho más que su silueta a través del espejo retrovisor, pero aquel hombre se acercaba decidido a mi coche. Se detuvo en mi ventanilla y cuando subí la mirada para ver… joder, ¡qué hombre! De unos cuarenta y muchos, cuerpo fuerte, con unas canas de un color grisáceo muy sexy, una barba muy cuidada y blanca, unas manos grandes, una cara preciosa… Era, sin más, el tipo de hombre que a mí me gusta: un hombre en el que fácilmente se puede observar que la experiencia ha ido esculpiendo una sabiduría y saber hacer casi exquisitos. Agradecí la suerte de encontrar semejante joyita el día de mi estreno en una zona de cruising.
- Eres nuevo aquí, ¿eh? -dijo con una voz tremendamente varonil.
- Sí, es la primera vez que voy de cruising.
- Ya, no te tengo visto. ¿Y qué tal? ¿Qué te parece? -¿Que qué me parecía? ¡Estaba en el cielo! Pero eso no se lo iba a decir.
- Bien, estuve con uno hace un rato, pero me he quedado con ganas de más.
- Ya veo. ¿Te apetece que entre?
- Sí claro, sube.
Aquel maduro desconocido dio la vuelta al coche, abrió la puerta y subió casi de una manera mecánica. Quedaban pocas semanas para las fiestas navideñas y hacía frío en la calle, así que iba moderadamente abrigado.
- Y bien, ¿qué te gusta hacer? -dijo mirándome fijamente a los ojos.
- De todo un poco -respondí, escueto.
- Muy bien. ¡Ven aquí!
Su voz imponente y severa denotaba tranquilidad, y evocaba casi una sensación paternal para mí, que contrastó con otra algo extraña y autoritaria al cogerme de la nuca para acercar mi boca a la suya. Y ese hombre SABÍA cómo se debe besar. Lo hacía con pasión, y yo disfrutaba de la sensación de sentir el roce de mi lengua con la suya, su barba cuidada, su respiración profunda, su olor, su sabor… Todo mi nerviosismo se diluyó y se mezcló con las babas que el propietario del Audi A1 y yo estábamos compartiendo con avidez.
No pude más, me bajé la bragueta, saqué mi rabo duro y empecé a pajearme salvajemente, aquello era una maravilla absoluta. Aunque no quise dejar de saborear sus labios, eché para atrás mi asiento para ponerme cómodo y él hizo lo mismo con el suyo. Yo continué masturbándome mientras él subió el suéter que yo llevaba puesto y que sencillamente estorbaba, dejando al descubierto mi pecho peludo y mis pezones, que comenzó a besar, lamer, chupar y morder de un modo como el que nunca nadie me había hecho. Pero aquel hombre no era como el primero, yo quería mucho más de aquel encuentro, así que dejé de tocarme y puse mi mano directamente en su bulto. No sé qué clase de acto de bondad habría cometido en otra vida, pero en esta me estaba compensando con creces ese día. Su paquete era algo desproporcionadamente grande para lo que yo había visto hasta ese momento; sencillamente no podía entender cómo aquello no reventaba sus tejanos.
El apetito ya era desbordante, así que quise averiguar de manera inmediata qué se encontraba bajo aquel montañón que escondía bajo sus pantalones. Y tras desabrochar los botones de sus tejanos ajustados… descubrí que sí, su rabo era exageradamente grande, grueso, duro y apetecible, a juego con sus huevos, también grandes y calientes. Era una imagen hermosa donde las haya, una muy parecida a la que tantas otras veces había visto en aquellos vídeos porno con miembros exagerados. Pero esta vez lo tenía ante mis ojos y entre mis manos.
Como no podía ser de otra manera empecé a mover mi mano arriba y abajo, con movimientos repetitivos y continuados mientras yo seguía con el suéter subido y ahora de nuevo en sus labios.
- ¡Para! -dijo.
- ¿Qué pasa, no quieres?
- No, no quiero. ¿Sabes qué? Yo tengo otra serie de gustos más… "salvajes", pero este no es el lugar.
- Vale, pero.. Uffff yo no puedo parar ahora.
- Okay, si quieres correrte puedes hacerlo.
- ¡Sí, sí!
Sin ni siquiera imaginarlo, aquel desconocido me acababa de dar su consentimiento para proseguir con la faena, que yo había aceptado de manera natural sin cuestionar el motivo, o sin entender a qué demonios se refería con "gustos salvajes". Así que volví a echarme en el asiento reclinado, cogiendo mi rabo con la mano derecha para hacerme lo que él no quería que le hiciese, mientras que acerqué sus labios a los míos con la izquierda. Él, aparte de excelente besando, demostró que sus manos grandes no eran en absoluto torpes, ya que cuando comenzó a estrujar mis pezones vi el cielo. El semen del anterior hombre ya se había secado en mi polla, pero comenzaba a volverse espeso con la mezcla de mi preseminal. Y en aquel coche pequeño con la calefacción a tope, a oscuras y con las ventanas empañadas, el olor tan reconocible a sexo de hombre era embriagador. Y... tanto morbazo junto sólo tiene un final: un orgasmo tremendamente placentero que manchó de leche mi estómago, llegando hasta mi pecho y suéter.
- Así me gusta -susurró con una media sonrisa en su cara.
- Dios, ¡y a mí también!
- Muy bien, ¿y ahora qué?
- Pues yo me tengo que ir ya a casa -dije mientras sacaba un paquete de pañuelos de mi bolsillo trasero.
- Sabes que me vas a dar tu número de móvil, ¿verdad?
- Hmmmmm… no tengo reparos, vaya. Pero probablemente nos veremos por aquí otro d…
- Dámelo.
No entendí por qué un desconocido me estaba hablando de una manera tan tosca y yo estaba respondiendo a lo que me decía asertivamente, sin ni siquiera preguntarme a mí mismo si quería o no; aún así, se lo di. Sin bajarse del coche y mientras yo intentaba limpiar el lío tras una corrida espesa y pegajosa, me hizo una llamada perdida para asegurarse de que no había mentido al darle mi teléfono, así que ambos teníamos nuestros respectivos números.
- Te llamaré o escribiré. Conduce con cuidado, soy Albert -dijo metiéndose el teléfono en el bolsillo de su chaqueta y guardando de nuevo su sexo ahora menos duro aunque igualmente exagerado.
- Yo me llamo Marcos.
- Ya repetiremos como es debido, Marcos.
Abrió la puerta, y sin decir adiós se marchó y me dejó allí, con un montón de papel higiénico manchado en el suelo de mi coche. La faena estaba hecha, y yo me sentía satisfecho. El ardor que había sentido por hombre aquel día estaba apagado, y la curiosidad de conocer aquel lugar de perversión estaba cubierta. Así que tras abrocharme la bragueta guardé su contacto en la agenda del móvil. "Nada más que hacer aquí", me dije, y partí. ¿Cuánto rato había estado allí? Y al alejarme, camino a casa… "¿Pero qué cojones? ¿Gustos salvajes?". La intensa voz de aquel hombre no paraba de sonar en mi cabeza, recordando el breve y casi naíf momento.
A medio camino y ya completamente sobrio después del rato pasado en el polígono, mientras conducía por la autopista de vuelta a casa, sonó el móvil. "¿Quién puede ser a estas horas? ¡La gente está colgada!". Levanté el teléfono, y cuál fue mi sorpresa al leer en la pantalla "Albert Cruising". "Vaya, vaya… ¿Se habrá dejado algo?". Podía ser, aunque tras una mirada rápida en la que sólo pude ver un montón de pañuelos de papel manchados de mi semen y del casado en el suelo, no conseguí ver nada más fuera de lugar.
- Hola Albert, ¿qué tal?
- Bien, todo bien. Ya en casa, vivo aquí cerca. Te he dicho que quiero que repitamos, ¿no?
- Bueno, sí, ya nos veremos algún día de estos.
- No, no nos "veremos". Vamos a hablar estos días y nos vamos a volver a ver pronto.
- Sí, vale… -entoné con un tono indiferente y a modo de frase hecha.
- Lo dicho, conduce con cuidado. Por cierto, te he hablado antes sobre mis gustos. ¿Qué opinas?
- Pues bien, la verdad es que a mí también me gusta el sexo guarro.
- Lo que a mí me gusta no lo podíamos hacer en el coche.
- Era el momento adecuado.
- No, no era el momento. El momento será cuando yo diga.
- Ah… vale… -"¿Pero este tío…?", pensaba yo.
- Y será la semana que viene. Ahora te dejo. Adiós.
- Vale, hablamos, cuídate.
Y antes de poder terminar mis palabras ya había colgado. Tras la llamada hice balance: rato entretenido, primera experiencia de ligoteo. ¿Será este el código? ¿La gente se pasa los teléfonos? ¿Y este tío taaan raro… a qué se refiere con "gustos salvajes"? Minutos después, al llegar a casa y retirar del coche los restos que delataban una noche de vicio, era ya muy tarde y empezaba a tener sueño. El miedo que había sentido se había disipado junto con el alcohol, en resumidas cuentas tampoco había sido para tanto: unas pajas con unos desconocidos. Así que me puse el pijama, y deliberadamente no me duché, para mantener el olor y la esencia de lo que aquella primera noche de cruising había sido.
(CONTINÚA EN PARTE 2)
Placeres desconocidos [Historia real] - Parte 1
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