Y pasaron los días. Días de monotonía, de rutina, de casi olvidar mi primera morbosa vez teniendo sexo con extraños. En aquel momento era una bomba para mí, pero las forzosas obligaciones de las tareas diarias y la rutina distraen muchísimo la atención y ya casi había olvidado que tenía el contacto de un desconocido muy guapo y morboso, y cuando fugazmente lo había recordado tampoco había tenido la intención de decirle nada; no soy de molestar a nadie. Así que días después, cuando me encontraba relajado y tranquilo en casa, con la cabeza en asuntos menores, sonó mi móvil. Era un WhatsApp de Albert que llegó como una grata sorpresa.
- Hola Marcos. ¿Cómo has estado estos días?
- Bien, en casa, poca cosa. Por cierto, no he vuelto allí.
- Lo sé.
- Joder, sí que tienes control en la zona, ¿no? Jaja
- Ni te lo imaginas jajajaja -se le notaba un tono muy distendido, que contrastaba con el autoritarismo de la otra vez.
- Bueno y tú, ¿qué? ¿Qué me cuentas?
- Nada, ya te dije que nos íbamos a volver a ver.
- Es que antes pasaba mucho por allí por temas de trabajo, pero ya no y quizás va a ser más difícil.
- Pues tendrás que venir a propósito, entonces.
- Bueno, es una posibilidad.
- Quiero verte ya, y quiero que nos veamos en un piso que tengo cerca del polígono.
- Así de primeras igual me da corte.
- No pasa nada, confía en mí. Dime día.
- Bueno, vamos viendo, que no puedo escribir mucho ahora.
Obviamente no era cierto, pero no me apetecía quedar con un desconocido de un cruising en su casa. La experiencia había estado bien en terreno neutral, pero ya volvería al polígono cuando tuviese de nuevo el valor y las ganas. ¿Para qué me iba a complicar si ya había ido una vez de cancaneo y había perdido el miedo inicial? Así que la idea de tal situación fue descartada, no le di mayor importancia. Y pasaron los días y no volvimos a hablar… hasta que una tarde en casa viendo un vídeo porno durante una de mis pajas apareció un hombre grande, peludo, canoso y morboso que me recordó a él. La imagen de Albert, que yo encontraba infinitamente más atractiva que la del actor, aquella noche y sus palabras golpearon mi cabeza reviviendo sensaciones que subieron el calor que de por sí sentía en media paja. ¡Y cómo la disfruté! Pero… ¿y Albert? "Ummmm no ha contestado a mi último mensaje, ¿estará molesto?", y pese a que estaba seguro no pude evitar revisar de nuevo el chat. No, no había vuelto a decir nada. Así que… ¿Por qué no escribir y saludar? Aunque me apetecía volver de cruising, en realidad prefería volver a verle. "¡Hola Albert!", escribí. Pero pasaron las horas, pasaron los días, y no obtuve respuesta. Finalmente, tras seis largos días, un viernes por la tarde, cuando ya pensaba que no volvería a saber más de él, el teléfono sonó, ¡había contestado a mi mensaje!
- Hola Marcos. Espero que estés bien.
- Sí, me acordé de ti el otro día.
- Ya, ya. Pensaba que íbamos a quedar.
- Ya, es que he andado algo liado. Pero si quieres nos vemos.
- Te vuelvo a repetir lo que te dije: confía en mí. Dime día.
- ¿Mañana a las 15h allí, donde la otra vez?
- Vale. Te veo allí.
El tono de sus mensajes volvió a parecerme seco. Habrían pasado prácticamente dos semanas desde que había besado a aquel hombre maduro y… "Bueno, vamos a ver qué tal, se ha vuelto a interesar por mí y él me gusta, veamos". Así que al día siguiente me planté a las 14:55h en el lugar indicado, y volví a sentirme nervioso. ¿Era el lugar? ¿La situación? ¿Aquel hombre? No hallé respuesta, pero en el constante fluir de pensamientos, en un polígono totalmente vacío un frío sábado al mediodía no podía hacer otra cosa que pensar qué cojones estaba haciendo allí. Aunque era zona de ligue no conseguí ver a nadie rondando, y lo que debieron ser 10 minutos se me hicieron como 30. Tras un rato esperando vi acercarse un Audi A1 color rojo hacia mí. Indudablemente era Albert.
Estacionó a unos 10 metros de donde yo me encontraba, y no entendí por qué, ya que había sitio de sobra justo donde yo me encontraba, en aquel polígono fantasma; pero sin cuestionarme nada me acerqué caminando a saludar. Tras el cristal pude ver que llevaba gafas de sol, que le daban un aire aún más misterioso. Me acerqué a la ventanilla del conductor y bajó el cristal. Sin mediar palabras sacó el brazo, hizo un ademán para que acercase aún más la cara y al tenerme cerca me arreó una tremenda bofetada en la mejilla izquierda. Automáticamente, en una milésima de segundo, mi cabeza explotó, como un Big Bang, dejándome totalmente fuera de cualquier conexión con la realidad.
- Eres una puta, te dije que quería verte pronto. Sube al coche.
Tranquilamente volvió a meter el brazo adentro, cerró la ventanilla y yo, sin decir nada, preguntándome qué estaba haciendo y qué significaba aquello hice caso sin rechistar. El miedo que había sentido la anterior vez no era comparable a la incertidumbre de qué podría pasar a continuación. Al montarme, puso su mano sobre mi muslo y lo apretó con fuerza. Yo permanecí callado e inmóvil y él puso rumbo a su casa dejando mi coche solo en aquel polígono.
Escasos minutos después llegamos a un pueblo venido a más, un pueblo bonito, con historia, que se había convertido en una pequeña gran urbe. Pero era increíblemente complicado para aparcar, así que no paró de dar vueltas hasta que encontró un sitio bastante amplio para el volumen de coches y escasas plazas libres que había allí. "Debe haber aparcado en la quinta mierda", pensé. Pero al bajarnos del coche y decir un escueto "sígueme", giramos la esquina y me encontré entrando a un portal de un bloque de pisos que aunque algo destartalados y antiguos podían sentirse acogedores. Nos dirigimos al ascensor, él delante y yo detrás siguiéndole, y una vez subidos en él, apretó el botón para subir a la cuarta planta; y mientras subíamos, sin mediar palabra dirigió su mano a mi paquete y lo estrujó con fuerza: "te voy a hacer mío, putita" dijo casi susurrando y con cara desafiante. Esas palabras sonaron impositivas y duras, y encajaban perfectamente con el semblante de aquel hombre rudo. Y eso me hizo sentir casi protegido, aunque no acababa de entender qué estaba despertando en mí. ¿Pero en qué puto follón me estaba metiendo? Sentía que era demasiado tarde para dar marcha atrás (de todos modos mi coche estaba a kilómetros de allí), me sentía atrapado y esclavo de mis actos, que me habían conducido a una situación inesperada y extraña, pero que despertaba a la vez demasiada curiosidad. Debía continuar, era ahora o no era nunca, y como siempre he pensado que las experiencias hay que vivirlas, cualquier atisbo de duda se desvaneció al llegar a la cuarta planta de aquel bloque de pisos antiguo.
"Ven, entra", esgrimió mientras sacaba las llaves de su chaqueta y abría la puerta de la vivienda que estaba a la izquierda del ascensor. Al entrar no se esforzó en enseñarme dónde estaba el lavabo o la habitación. Sólo vi un soleado pasillo largo con dos puertas a cada lado de él. "Entra aquí y desnúdate", me dijo señalando a la primera puerta a la derecha mientras se alejaba por el pasillo. Al entrar, el cuarto estaba completamente vacío, era pequeño y muy frío, y cuatro paredes y una gran ventana eran lo único que vestían aquella estancia. Mientras me desnudaba y dejaba la ropa doblada de cualquier manera en el suelo, un escalofrío recorrió mi espalda y mis piernas, mezcla de miedo y excitación. Ya me había comprometido conmigo mismo a seguir adelante y estaba totalmente entregado a ese momento, ese hombre y lo que podría acontecer, había abierto la Caja de Pandora.
Una vez desnudo y tras esperar un rato algún comentario para dirigirme a él, decidí salir al pasillo, y una voz lineal pronunció dos palabras que de manera involuntaria interpreté casi como una orden: "¡ven aquí!". Siguiendo el sonido de su voz masculina, me acerqué a la segunda puerta a la derecha de aquel estrecho aunque iluminado pasillo. Cuando entré, vi el torso desnudo de un hombre tremendamente atractivo y varonil, maduro e interesante, sexy e impresionante. Su cuerpo era proporcionado, ancho y muy masculino, con mucho vello, y su pollón aún no estaba erecto, aunque seguía pareciéndome excesivo en reposo. La habitación era bastante más grande que la anterior pero igualmente desangelada y carente de cualquier tipo de decoración; de nuevo cuatro paredes blancas y una ventana, pero esta vez había ciertos elementos que despertaron mi curiosidad: un hombre sin ropa, una silla apostada en el centro del cuarto y un armario empotrado abierto de par en par, con una mochila de deporte negra en su interior.
- Siéntate aquí -me dijo señalando a la silla.
Obedecí, dirigiéndome lenta y sigilosamente a ella, que situada allí se me antojaba como el trono de un palacio vacío. El contacto de mis nalgas con la madera se sintió frío así que me llevé las manos a los muslos, buscando improvisadamente un poco de calor. Ante mí, a escasos dos metros, la pared completamente vacía: una vista totalmente impersonal que contribuía a una creciente sensación de desasosiego. Sin apartar la vista al frente, sentí cómo se situaba detrás de mí y antes de darme cuenta me había puesto un antifaz en los ojos. La claridad de aquella pared blanca quedó totalmente eclipsada por la más absoluta oscuridad. Me había desprovisto de cualquier tipo de visión, me estaba despojando de capas, estaba consiguiendo eliminar de mí lo prescindible, llegando a lo más profundo, oculto y genuino, a mi núcleo, tan escondido que ni yo mismo lo había descubierto aún.
Suavemente comenzó a besar mi cuello, y mientras mi corazón se aceleraba sentía el calor de su lengua húmeda recorrer mi piel, que respondía con leves escalofríos. Mientras me besaba y lamía, de una manera inesperadamente delicada tomó mis manos y las llevó hacia atrás. No opuse resistencia, yo había ido a averiguar qué significaba para él “gustos salvajes”, y a esas alturas ya tenía una idea muy definida de qué podría esperarme. Volteé mi cabeza hacia atrás, en un intento inútil de ver qué se traía entre manos, de sentirlo, quizás, pero lógicamente fue en vano. A continuación, con mis manos juntadas en la parte de atrás de la silla noté cómo pasaba una cuerda por mis muñecas, ejerciendo poca presión en un primer momento, que de repente fue incrementando mientras sentía que hacía nudos y los apretaba. Estaba desnudo e indefenso en una habitación vacía con un desconocido, ciego y atado. En ese momento sólo pude encomendarme a los sentidos que quedaban disponibles, así que agudicé el tacto como nunca antes lo había hecho: podía sentir casi cada poro de mi piel. Yo estaba nervioso, pero noté que mi polla estaba creciendo por momentos, y sin dejar de besarme el cuello dijo:
- Ya veo que estás cómodo.
Esa no era la expresión más acertada, pensé, pero… a ojos de él podría decirse que tener a un joven inexperto sometido y respondiendo a los estímulos era un indicativo de cierta conexión, aunque fuese sutil, aunque fuese puntual. Pero ciertamente lo era.
Dejó de besarme, dejé de sentirle. Me centré en el oído, necesitaba averiguar qué pasaba a mi alrededor, pero una vez más no sirvió de nada; escuchaba pasos detrás de mí pero era imposible identificar qué estaba pasando. Cuando aún seguía intentando encontrar pistas de qué estaba haciendo, noté cómo se puso enfrente de mí, separando con sus piernas las mías, que hasta ese momento permanecían juntas intentando mantener el escaso calor que se daban. Pero su piel estaba mucho más caliente y la sensación fue agradable, incluso cuando sentí sus manos grandes coger mis huevos con fuerza. En ese punto ya había caído rendido a su voluntad y no pensaba ofrecer ninguna resistencia. Es probable que él se diera cuenta también, o quizás ya lo había intuido mucho antes que yo, pero la sensación de entrega y sumisión debió palparse en el ambiente claramente. Mientras tanto él siguió apretando, cada vez con más fuerza, estrujando mis pelotas, y el dolor se mezclaba con la excitación, mezcla que había puesto mi rabo duro… y no pude evitar comenzar a gemir. Sollozos casi mudos, sonidos que seguramente él captaba con orgullo.
Mientras me seguía apretando los huevos, con la otra mano me pellizcaba uno de los pezones, y la mezcla de sensaciones era indescriptible, tanto que cuando sentí que me escupía a la cara sólo podía desear más. Ya no había vuelta atrás, y los dos lo sabíamos.
Me tuvo así un buen rato, apretando mis cojones, echándome sus babas a la cara y estrujándome ambos pezones intermitentemente, cuando de repente apartó su mano de mi pecho y sentí cómo la llevaba a mi cara, repartiendo por mis mejillas, mi boca y mi barba su saliva. Y eso me volvió loco. El olor, la sensación… Todo aquello era nuevo para mí y aunque era fácil de averiguar él debía estar feliz de haberle puesto el antifaz a un neófito para a la vez quitarle el velo, descubriéndole la verdadera esencia e identidad que tenía dentro. Abrí la boca y saqué la lengua en un intento desesperado de saborear sus babas, y se entretuvo esparciendo en ella con sus dedos y la palma de su mano lo que aún quedaba de sus escupitajos.
Aún con las manos atadas y una visión negra noté cómo apartó ambas manos. ¡Pero yo quería más, no pares! ¿Qué tramaba? No pude hacerme muchas más preguntas porque sin esperarlo recibí un fuerte bofetón en la cara. A continuación otro, y otro más que yo acepté en silencio.
- Eso por tardar -dijo con desprecio.
- Lo tengo merecido -alcancé a responder yo, sorprendido de lo que acababa de decir, como si no hubiese salido de mi boca, como si lo hubiera dicho otra persona.
- Que no se vuelva a repetir, tú a partir de ahora vas a hacer lo que yo te diga, sino ya sabes lo que te va a tocar, ¿has entendido?
- Sí Señor, no se va a volver a repetir -y volví a tener la extraña sensación de ser el espectador de una película de la que yo era el protagonista.
- Muy bien, eso espero. Ahora levántate.
Me levanté de la silla como pude, aún con las manos atadas a la espalda, y cuando estaba enfrente suyo, antes siquiera de darme cuenta, de una manera casi mágica, me desató, me tomó de los hombros y me agachó para dejar mi cara a la altura de sus cojones. Yo no podía ver nada, pero recordaba el tamaño de la vez anterior. Comerse eso tenía que ser una delicia, pensaba, y no tardé en averiguarlo, ya que sin apenas tiempo a reaccionar cogió mi cabeza por la parte de atrás para acercarla a su polla. Como ya me imaginaba, el tamaño de aquello parecía aún más grande en mi boca, y aunque intenté saborear aquel manjar debidamente lo cierto es que los movimientos bruscos y rítmicos que él me forzaba a hacer me hacían dejar a un lado cualquier tipo de deseo que yo pudiese tener para anteponer los suyos.
Y así me tuvo un buen rato hasta que me dejó hacer a mí, a mi ritmo. El sonido de la saliva resbalando por mis labios y su carne, que chocaba con mi campanilla debía ser incluso pornográfico. Movía la cabeza adelante y atrás, una y otra vez, y cuando apenas comenzaba a sentir que era algo casi automático… ZAS! Una nueva bofetada en la cara. Probablemente debía tener las mejillas enrojecidas, y el frío que había sentido minutos atrás ya hacía rato que había dado paso a un calor que sentía emanar de mi propio cuerpo. Inconscientemente, movido por el deseo, comencé a tocarme y casi de inmediato me apartó la mano.
- ¿Te he dicho que te puedes pajear?
- No.
- No, ¿qué?
- No Señor.
- Pues no te toques, no hagas nada que no te ordene, joder -y como no podía ser de otra manera, mi acto de involuntaria reveldía tuvo su castigo en forma de bofetada-. Ahora levántate y ponte de rodillas en la silla.
- Sí Señor.
Se había puesto serio y yo había aceptado que él tenía control absoluto sobre la situación y sobre mí. Yo me limité a hacer lo que me había ordenado: apoyé las rodillas en el asiento, con el respaldo tocando mi pecho y ofreciendo a aquel macho dominante mi culo.
- Separa tus nalgas, puta.
- Sí Señor -contesté con un susurro, aún con el antifaz que me imposibilitaba cualquier tipo de visión y apoyando mi pecho en el respaldo para dejar mis manos libres, que llevé a mi culo para separar los cachetes y dejar aún más visible mi agujero.
- Buen culo.
- Gracias Señor.
Con el culo abierto se alejó de mí y yo me preguntaba el motivo, aunque no tardé en escuchar que rebuscaba algo en lo que imaginé que era la bolsa de deporte que había visto antes en el armario empotrado.
(CONTINUARÁ EN PARTE 3 EN FUNCIÓN DE LA ACEPTACIÓN DEL RELATO)
Placeres desconocidos [Historia real] - Parte 2
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