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ACEPTANDO LA HUMILLACIÓN (Parte 2)

Escrito por: globalmind

La entrada era de un teatro antiguo, tenía una pequeña rampa que terminaba en una taquilla. Imagino que en sus mejores tiempos este teatro debió ser como tantos otros del centro de la ciudad, un lugar de encuentro de la alta sociedad en donde se presentaban obras de la literatura mundial o cuando se proyectaban las películas que llegaban de otras partes del mundo; hasta que el país cayó en desgracia, las clases pudientes se marcharon del centro y muchos teatros desaparecieron; otros, como este, han logrado soportar el paso del del tiempo al mutar a la proyección de pornografía para heterosexuales. En esa rampa de la entrada se debían formar largas filas de entrada para ver zarzuelas, óperas, las vestimentas debían ser elegantes, las paredes limpias y los anuncios muy distintos a los burdos afiches de pornografía que ocupan ahora las paredes. Subí la rampa ahora vacía y toqué el timbre que había sobre el mostrador. Una tapa de cartón fue movida y apareció al otro lado de la reja dorada una mujer de unos 60 años, mal encarada que dijo - $14mil (aproximadamente 3 dólares). Pagué y un señor de unos 70 años abrió una puerta hecha de la misma reja dorada de la taquill. Imaginé que el señor debía ser el esposo de la señora y el tiempo les ha moldeado la misma expresión en sus rostros. El hombre recibío el tiquete que aquella me había entregado y apuntó con el dedo índice en una dirección al tiempo que decía, -baños- y luego al apuntar el dedo en otra dirección, -sala-. Como siguiendo el mismo orden, entré al baño, había dos cubículos con orinal y una cabina con puerta, olía a orines. Meé y me dirigí luego a la sala.

En la pantalla gigante se proyectba una película de pornografía heterosexual, dos mujeres jóvenes le mamaban la verga a un hombre mayor. En las sillas se veían algunas muy pocas personas sentadas y en la parte de atrás de la sala, en donde yo estaba, algunos hombres de pie. Caminé por el pasillo central hasta casi llegar a la pantalla, cuya luz me encancilaba mi visión e impedía ver con claridad lo que había o sucedía en la oscura sala, apenas podía notar la silueta de las pocas cabezas de quienes estaban sentados. Luego crucé a la derecha y después me devolví por el pasillo de ese extremo de la sala. Al caminar de espaldas a la pantalla, la luz de ésta me permitió ver cómo dos hombres sentados uno al lado del otro, se tocaban las vergas mientras algo murmuraban entre ellos; lejos, al otro extremo de la sala advertí un movimiento sexual y descubrí en las formas a un hombre sodomizando a otro mientras otros tres, de pie, observaban a solo un par de metros de distancia. Volví a acomodarme la verga en el pantalón, estaba tremendamente dura y grande. Caminé un poco más hacia arriba y me senté en una de la muchísimas sillas desocupadas, justo al lado del pasillo que daba contra la pared derecha del teatro y al sentarme sentí cómo me temblaron las rodillas hacíendome volver a la realidad y hacerme conciente de lo nervioso que estaba. Todo el tiempo mientras caminé y observé, lo hice como en una especie de trance, excitado, buscando sin saber qué, pero buscando. Vi un hombre caminar por el pasillo central buscando la salida de la sala, lo seguí con mi mirada, torciendo el cuello para poder ver hacia atrás, cuando salió vi una sombra desprenderse de la parte trasera del teatro y empezar a caminar por el pasillo, en dirección hacia donde yo me encontraba. Una gota de sudor bajó por mi frente y decidí observar la pantalla mientras mi verga se movía dentro del pantalón.

Ya no podía ver al hombre acercándose y me sentí muy excitado y muy nervioso, no se cual de los dos sentimientos lideraba mi psiquis cuando sentí una fuerte presencia a mi lado, sentí su calor y levanté la cara para mirar la suya. Era un hombre de unos 65 años, tal vez, barba corta, facciones fuertes, pelo negro y corto, el rostro daba la sensación de ser firme y rígido a pesar de las múltiples arrugas que lo atravesaban. Al levantar la mirada alcancé a notar un cuerpo grande, abdomen con una barriga poco pronunciada, espalda ancha y pecho fuerte. Tan pronto como hicimos contacto visual, levantó sus cejas y movió su barbilla un poco hacia arriba, con una expresión absulutamente seria e inquisitiva. Esos gestos los combinó tocándose con la mano izquierda su paquete sobre el pantalón, cosa que hizo que yo bajara la mirada pero volviendo a subirla, confundido, alterado, excitado, vulnerable. Al buscar nuevamente sus ojos, estos estaban pendientes de su cinturón, botón y bragueta y en menos de lo que pude pensar en nada, su verga caliente estaba a muy muy pocos centímetros de mi cara. Dije su verga caliente porque de verdad, en el momento en que abrió su pantalón, metió su mano entre los pantaloncillos y sacó todo el paquete de verga y huevas, mi cara recibió una cachetada de calor acompañada del olor que este señor guardaba entre sus piernas. El calor se pegó a mi cara y el olor a mi psiquis, olía limpio pero no a jabón, era olor a piel caliente, a sudor espeso, a ingle de hombre era ese olor que se acumula allí donde los testículos rozan con las piernas, en ese pliegue masculino donde unos 25 minutos después estaría presionada mi nariz, con mi cabeza hundida allí, sintiendo cómo las manos de más de un hombre la empujaban hacia ese olor y a la vez que sentía caer sobre mi rostro, varios chorros de semen. ¿Cómo?, calma... esto no había sucedido, pero estaba por acontecer.

La cachetada de olor caliente golpeo mi cara y mis ojos volvieron finalmente a encontrar los suyos. Volvió a subir las cejas y la barbilla, se miró la verga, miró mis ojos y con los suyos marcó un camino entre mi cara y su falo al tiempo que volvia a subir esta vez, una sola ceja. Miré su verga, miré sus ojos y su expresión se repitió exacta, nuevamente marcaba con sus ojos el camino entre mi cara y su masculinidad. Mi mente parecía partida en dos, una parte funcionaba muy lentamente y quería abrir la bca y acercarme siguiendo el camino que sus ojos habían marcado; la otra parte de mi mente saltaba frenéticamente entre el recuerdo de mi padre y las muchas veces que me había dicho que se sentía orgulloso de mí y el deseo incontrolable de tirarme de rodillas y servir. Mi mente saltaba entre el recuerdo mío hablando ante un auditorio y escuchando sus aplausos y el deseo incontrolable de tirarme de rodillas y servir, no era poner mis rodillas en el suelo, era tirarme al piso de rodillas, una gran diferencia y una gran importancia del lenguaje. El hijo de mi padre orgulloso, el alumno de mis profesores, el amigo de mis colegas pondría sus rodillas en el suelo pero ese ser que estaba naciendo en ese momento en esa silla de un viejo teatro porno desvencijado a pocos centímetros de una verga de hombre deseosa de ser servida, solo podría tirarse en el piso de rodillas a servir, servir, el mismo pensamiento que hizo crecer mi verga justo antes de entrar al teatro, cuando pensaba en la imagen de ese jóven que aparecía en la publicidad. Recordé cómo sentí que él debía sentirse feliz por haber servido, por haberse entregado. El hombre repitió el recorrido que con sus ojos indicaba hacia donde debía dirigir mi rostro, pero esta vez su mano izquierda abandonó su paquete y se posicionó en mi nuca, cerrando sus dedos en mi pelo, agarrándome con fuerza a la vez que me obligaba a mirarlo para hacer una última vez el recorrido con sus ojos sumándole una expresión de ultimátum que combinó perfectamente apretando su mano en mi pelo y empujando solo un poco mi cara hacia su virilidad.

Ese ultimátum que advertí en su mirada me hizo pensar que si no empezaba inmediatamente a mamarle su verga sin oponerme podrían suceder dos cosas, que me obligara a hacerlo o que se guardara el paquete y se fuera y entonces dos pensamientos vinieron a mi mente, lo primero un temor muy fuerte a que él se decidiera por lo segundo y se fuera y lo segundo, un deseo casi violento de ser obligado a hacerlo. Para evitar que se fuera, dejé que su mano empujara mi cabeza hacia su falo caliente y sudado pero solo un poco, como jugando que si y que no, midiendo las ganas de querer ser obligado, como oponiéndome pero cediendo, dejando que cada vez su fuerza empujara mi boca hacia su verdadera razón de ser, dejando que su fuerza masculina empujara mi mente hacia su destino. Cada milímetro que mi cara se acercaba a su propósito en la vida, mi mente comprendía porqué mi verga o había parado de crecer en mi pantalón desde que imaginé la felicidad del joven de la publicidad por estar sirviendo a otros, cada milímetro fue entender que muchos años de mi vida habían sido desperdiciados al haber podido ser usado por muchos, cada milímetro fue comprender que nada nunca me haría sentir más excitado y pleno que servir, servirle al otro, antes que a mi mismo. Eso que mi padre nunca aceptaría en mí, que no me diera mi propia importancia, que cediera ante otros.

Mi mente iba a explotar, mi verga también, pero nada de eso importaba; importaba el placer que iba a ayudar a sentir a ese desconocido que desde que llegó actuó como dueño mío, como sabedor de sus derechos sobre mi, como oliendo su superioridad y mi inferioridad y al unirse este último concepto con aquel del servilismo, ya no pude más, es como si muchas fichas de rompecabezas hubieran estado presentes en mi vida siempre pero nunca se hubieran juntado formando un todo, esta vez se unieron las piezas y entendí que debía ser inferior a los demás hombres para poderles desde allí servir. Inferioridad y servilismo, todo lo que mi padre, familia, amigos, colegas, docentes, llevaban años enseñandome a no aceptar era lo que estaba llenando mi existencia en ese momento. Toda esa sensación de insatisfacción constante en mi vida estaba desapareciendo y me sentía completo, como realizado, como habiendo encontrado mi verdadera razón de ser, de existir.

Su mano empujó más y mi nariz tocó los pelos de su vientre y su mano siguió empujando y mi nariz terminó presionada en ese pliegue del que ya hemos hablado y allí me hundió hasta que tuve que dejar entrar por la nariz una gran bocanada del aire que allí apretado me faltaba y lo que entró no fue solo aire, fue su olor, fue su superioridad sobre mi, su fuerte masculinidad y mi débil servilismo; entró a traves de mis fosas nasales la comprensión del lugar que a partir de ese día, debía ocupar en la sociedad. Tirado de rodillas en el piso de un antro, a la espera de ser usado, a la espera de servir. Cuando hube absorbido toda esa bocanada de realidad, apretó su mano en mi pelo obligándome a subir mi cara y a mirarlo directamente a los ojos, bajó su cara y me besó mientras apretaba aun más su mano haciendo que me doliera bastante y que yo pusiera mi mano sobre la suya solo para sentir que la apretaba más y la movía con fuerza haciendo mover mi cabeza con ella, dejó de besarme pero no alejó su cara, soltó su mano y dijo mientras dirigía su mirada a la punta de su verga: - Hasta la última gota -

ACEPTANDO LA HUMILLACIÓN (Parte 2)

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