La gente dice que lo importante es participar. Menuda gilipollez. Lo importante es ganar, y quien diga lo contrario es que nunca ha ganado nada. Otra cosa es que la gente mediocre se conforme con la mediocridad. No se puede ver de forma más clara que con "Los premios impulso", una forma más de la que tiene nuestro gobierno de tirar fondos europeos con un certamen nacional a "ideas innovadoras". Una puta chorrada, pero que podríamos ganar y que iba a quedar perfecto en nuestros incipientes currículums. Y yo, que había planificado cada puto detalle hasta la obsesión, que había revisado cada línea de código hasta que era perfecta, que había hecho que Alex se quedara hasta las tantas puliendo detalles... acababa de perder. Vale, técnicamente habíamos quedado segundos. Pero perder es perder.
La sala de reuniones se había convertido en una especie de fiesta improvisada. Había gente aplaudiendo, otros sacando fotos al puto diploma, y la inutil de la presidenta había traído una botella de cava del súper de la esquina. Como si hubiera algo que celebrar.
"¡Es histórico!", decía el becario mientras sacaba fotos para LinkedIn. "¡Nunca habíamos ganado nada!"
Tenía ganas de explicarle la diferencia entre ganar y quedar segundo, pero me contuve. En su lugar, me quedé mirando a Alex, que estaba en una esquina intentando pasar desapercibido mientras la gente le felicitaba. Llevaba una camisa azul que le quedaba demasiado grande y una sonrisa tímida que no ayudaba a mi humor.
"¡Un brindis por M y Alex!", propuso alguien.
"Por el equipo ganador", añadió otro gilipollas que aparentemente tampoco entendía la diferencia entre ganar y perder.
Observé cómo Alex aceptaba su copa de cava con manos temblorosas, cómo se sonrojaba cuando la gente le felicitaba, cómo buscaba mi mirada cada pocos segundos como si necesitara mi aprobación incluso para esto.
"M, unas palabras", pidió Laura, y tuve que contener un gruñido.
"El proyecto es bueno", dije secamente. "Pero podría haber sido mejor."
Vi cómo Alex se encogía ligeramente. Él sabía perfectamente por qué habíamos perdido. Un error en el puto papeleo. Un formulario mal rellenado por la inutil de la presidenta y toda nuestra excelencia técnica a la basura.
No podía más. Me acerqué a Alex y le agarré del cuello de la camisa, notando cómo se tensaba bajo mi agarre.
"Nos vamos", gruñí, lo suficientemente alto para que todos me oyeran. "Necesito una puta piña colada."
La cara de sorpresa de todos era un poema, pero Alex simplemente asintió, como si entendiera perfectamente por qué necesitaba salir de allí. Y probablemente lo entendía, el muy cabrón. Llevaba suficiente tiempo trabajando conmigo para saber que odiaba perder más que nada en el mundo.
El bar estaba a dos calles, uno de esos sitios con coctelería "premium" y precios que justificaban ponerle comillas a la palabra premium. Alex me siguió en silencio, prácticamente trotando para mantener mi paso.
"Dos piñas coladas", pedí al camarero. "Y que lleven alcohol de verdad, no esa mierda aguada que servís a los guiris."
"En realidad... yo preferiría algo más suave", murmuró Alex.
Le miré fijamente. "¿Has visto la mierda de día que llevo y pretendes que beba solo?"
Se sonrojó y bajó la mirada. "No, señor."
El "señor" me pilló por sorpresa. Estábamos fuera del trabajo, se suponía que aquí no había jerarquías. Pero Alex seguía con esa actitud sumisa que me volvía loco, y el alcohol no estaba ayudando a mi autocontrol.
"¿Sabes por qué perdimos, Alex?"
"Sí, señor. El formulario..."
"El puto formulario", gruñí, dando un largo trago a mi copa. "Todo el trabajo, todas las horas extra, todo el esfuerzo... a la mierda por un papel mal rellenado."
"El proyecto sigue siendo brillante", dijo suavemente. "Todo el mundo lo dice."
"El proyecto es perfecto", corregí. "Y aún así hemos perdido."
Alex dio un sorbo tentativo a su copa y arrugó la nariz. Era adorable, el muy cabrón. "Está muy fuerte", murmuró.
"Como tiene que estar", respondí, y pedí otra ronda.
Para la tercera piña colada, Alex tenía las mejillas sonrojadas y una sonrisa tonta en la cara. Para la cuarta, se había desabrochado un botón de la camisa y se había aflojado la corbata. Yo seguía furioso, pero de una manera diferente. Más... contenida.
"M...", dijo Alex, inclinándose hacia adelante. "¿Puedo decirte algo?"
"Técnicamente acabas de hacerlo", respondí, pero hice un gesto para que continuara.
"Eres el mejor jefe que he tenido", soltó de golpe, y su sinceridad me golpeó como un puñetazo. "Eres duro y exigente, pero... pero siempre sabes lo que haces. Y aunque das miedo a veces, también..."
Se interrumpió, mordiéndose el labio. El alcohol le había soltado la lengua pero aún mantenía algo de su timidez habitual.
"¿También qué?"
"También me haces sentir... seguro", admitió en voz baja, y joder, esa frase me hizo algo en el pecho.
Le miré fijamente, notando cómo se sonrojaba aún más bajo mi escrutinio. Tenía el pelo revuelto, la camisa arrugada, y una mirada vulnerable que me estaba volviendo loco.
"Creo que has bebido demasiado", dije finalmente, porque era eso o hacer una locura.
"Probablemente", admitió con una risita. "Todo me da vueltas."
"Vamos", dije, levantándome. "Te pido un taxi."
"Puedo ir andando..."
"No era una sugerencia", gruñí, y ahí estaba otra vez ese pequeño estremecimiento que me volvía loco.
Mientras esperábamos el taxi, sentados en un banco, Alex se tambaleó ligeramente y tuve que sujetarlo. Se apoyó con la cabeza en mis piernas, como si fueramos unos adolescentes saliendo, y murmuró algo ininteligible.
"¿Qué?"
"He dicho que tienes las piernas muy fuertes", repitió, y sentí cómo se tensaba al darse cuenta de lo que acababa de decir. "Lo siento, no debería..."
Le agarré de la nuca, interrumpiendo su disculpa. Su respiración se aceleró inmediatamente.
"¿Te gusta cómo son mis piernas?", gruñí junto a su oído. Noté cómo temblaba bajo mi agarre.
"Sí... señor", susurró, y joder, ese 'señor' con voz temblorosa fue demasiado.
Le empujé contra la pared del portal donde esperábamos, presionando mi cuerpo contra el suyo. Alex soltó un pequeño gemido que me hizo perder el último resquicio de control.
"Mírame", ordené, y cuando levantó esos ojos vidriosos hacia mí, supe que estaba completamente jodido. "Mierda. M, que eres el director", me dije a mí mismo, aunque ya no sabía si lo decía por él o por mí.
El taxi llegó en ese momento, tocando el claxon. Alex dio un respingo, pero yo mantuve mi agarre en su nuca.
"¿Quieres irte a casa?", pregunté con voz ronca.
Alex negó con la cabeza, mordiéndose el labio. "No, señor."
Despedí al taxi con un gesto. Tenía a Alex temblando entre mis brazos, vulnerable y sumiso, y ni de coña iba a dejarlo escapar ahora.
"Bien", gruñí, "porque tengo planes para ti."
La forma en que se estremeció ante esas palabras me confirmó que no era el único que había estado conteniendo esto demasiado tiempo.
"Mi casa está a dos calles", dije mientras aflojaba mi agarre, permitiendo que se separara de la pared. "¿Crees que puedes caminar?"
"Sí, señor", murmuró, y aunque se tambaleó ligeramente al dar el primer paso, la forma en que me miró dejaba claro que me seguiría hasta el infierno si se lo pidiera.
"Mañana vas a arrepentirte de esto", advertí mientras empezábamos a caminar.
Alex sonrió tímidamente. "No, señor. No lo creo."
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