Bajo la misma luna

El sonido de las olas rompía contra las rocas mientras Samuel se acomodaba en la playa. Había venido a este lugar toda su vida, pero nunca se había sentido tan nervioso. Era la primera vez que compartía este rincón del mundo con alguien más.

Gabriel llegó tarde, como siempre. Con una sonrisa traviesa, caminó descalzo hacia Samuel, sosteniendo dos cafés humeantes. El brillo de la luna iluminaba su rostro, y Samuel sintió el ahora familiar cosquilleo en el pecho.

—Pensé que no llegarías —dijo Samuel, fingiendo molestia.

—¿Perderme la oportunidad de ver cómo te sonrojas? Jamás —bromeó Gabriel, entregándole el café.

Se sentaron en silencio, viendo cómo las estrellas reflejaban su luz en el mar. Aunque se habían conocido hacía apenas seis meses en una fiesta llena de desconocidos, sentían que habían estado conectados toda la vida.

—Te traje aquí porque… —Samuel hizo una pausa, inseguro— porque este lugar siempre ha sido especial para mí. Y ahora tú también lo eres.

Gabriel dejó el café a un lado y miró a Samuel con intensidad.

—¿Te das cuenta de lo fácil que es quererte? —susurró, rompiendo cualquier barrera que Samuel intentara mantener.

Ambos rieron nerviosamente, como si la confesión fuera un secreto que nadie más debía oír. Luego, Gabriel se inclinó y, con la ternura que caracteriza las primeras veces, lo besó. Un beso que sabía a mar y café, pero también a promesas de nuevas lunas y amaneceres compartidos.

Esa noche, mientras el mundo dormía, bajo la misma luna, Samuel y Gabriel se dieron permiso de amarse. Sin dudas, sin miedos.