La pasión de Michel & Alejandro

Bajo la tenue luz de la luna, Alejandro caminaba junto a Michel por el bosque, un rincón escondido donde los susurros del viento parecían ser cómplices de su creciente conexión. Llevaban semanas sintiendo esa chispa innegable, y aquella noche todo parecía conducirlos hacia algo inevitable.

Se detuvieron junto a un claro, donde el cielo se abría para revelar estrellas titilantes como testigos de su momento. Alejandro miró a Michel con intensidad, sus ojos reflejando el brillo plateado de la noche.

—¿Te das cuenta de lo perfecto que es esto? —murmuró Alejandro, su voz cargada de emoción.

—Lo único perfecto aquí eres tú —respondió Michel mientras se acercaba, colocando una mano en su mejilla.

El contacto encendió una corriente que atravesó a ambos. Lentamente, Michel lo atrajo hacia sí, sus labios encontrándose en un beso que empezó con suavidad pero pronto se tornó urgente, como si hubieran esperado toda una vida por ese instante.

Alejandro dejó caer la mochila que cargaba, sin preocuparse de nada más que el calor del cuerpo de Michel junto al suyo. Los dedos de Michel exploraron la piel de Alejandro al desabotonar lentamente su camisa, mientras sus labios se deslizaban hacia su cuello, dejando un rastro de fuego en cada caricia.

La hierba alta y las hojas secas se convirtieron en un lecho improvisado cuando ambos cayeron al suelo, sus cuerpos entrelazados. Las manos de Alejandro se aventuraron sobre el torso de Michel, despojándolo de su camisa mientras disfrutaba cada suspiro que escapaba de sus labios.

—No sabía que el deseo podía sentirse así —confesó Alejandro entre jadeos, perdiéndose en el aroma de pino y tierra húmeda que impregnaba el aire.

—El deseo es solo el comienzo —respondió Michel antes de tomar nuevamente sus labios, esta vez con una pasión más voraz, llenando el claro con sonidos de piel contra piel y respiraciones entrecortadas.

Esa noche, bajo las estrellas, Michel y Alejandro dejaron que sus cuerpos hablaran más allá de las palabras, explorando un amor naciente y una pasión que los consumiría por completo.

Cuando la primera luz del amanecer apareció entre los árboles, Alejandro lo abrazó con fuerza, susurrándole al oído:

—Si esto es un sueño, no quiero despertar jamás.

Michel sonrió, acariciando su rostro.

—No es un sueño. Solo somos tú y yo, como debe ser.