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Como conocí a mi sumiso 8: Better Call Safeword

Escrito por: Si

Hay dos tipos de dominantes: los que disfrutan del dolor ajeno y los que disfrutan del control. Yo siempre he sido del segundo tipo. Me pone cachondo ver cómo un sumiso se rinde ante mí, cómo tiembla cuando me acerco, cómo gime cuando le marco como mío. Pero hay una línea muy fina entre el control y el abuso, y después de ver lo ocurrido en el curro, supe que teníamos que hablar.

Pero aquí estoy, sentado en mi sofá a las once de la noche, con Alex a mi lado intentando mantener una "conversación adulta" sobre límites y expectativas. Como si no hubiera dejado claros mis límites follándole la garganta hasta dejarlo afónico. Como si sus expectativas no fueran evidentes cada vez que se sonroja y dice "sí, señor" con esa vocecilla.

El problema es que tengo demasiadas máximas que se están yendo a la mierda por su culpa. "No te pilles de un sumiso antes que él de ti" - tarde. Bastó ver cómo se mordía el labio mientras revisaba código para mandarla a tomar por culo. "Mantén siempre el control" - Me basta verlo inclinando la cabeza mientras escucha para perder todo el control que creía tener.

La tercera es mi favorita: "Empieza duro y ve aflojando poco a poco". El problema es que con Alex empecé siendo un cabrón y ahora me descubro queriendo abrazarlo cuando parece preocupado. Patético.

Y bueno, que decir de la quinta: "No mezcles negocios y placer" - sobran las palabras.

Alex, que se sonroja cuando le grito pero trabaja mejor bajo presión. Que busca mi aprobación constantemente pero tiene los huevos de llevarme la contraria cuando sabe que tiene razón. Que tiembla cuando le toco pero se mantiene firme cuando tiene que defender su código. ¿Estamos realmente listos para tirar adelante una relación de este tipo?

"¿Quieres... quieres un té?", pregunta Alex, y me doy cuenta de que llevo cinco minutos en silencio, perdiéndome en mis pensamientos como una quinceañera imaginando que esta con una estrella del K-Pop

"Prefiero un GinTonic", respondo secamente. "¿Tú?"

"No, gracias señor", dice bajando la mirada, y joder, ese "señor" susurrado me pone más que si me hubiera pedido follárselo allí mismo. Nos sentamos en el sofá, manteniendo una distancia prudencial. Alex parecía pequeño y vulnerable, y tuve que resistir el impulso de atraerlo hacia mí y protegerlo. O follármelo. O ambas cosas.

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"Alex", empiezo, observando cómo se mueve incómodo en el sofá. "Sobre lo de anoche... ¿cómo estás?"

"Bien", murmura, pero noto cómo se lleva inconscientemente la mano al cuello.

"Alex", repito con más firmeza. "Necesito saber si te hice daño. Si fue demasiado."

Se sonroja y evita mi mirada. "No... bueno, sí, pero... me gustó. Mucho."

Reprimo un gruñido. "Aun así, necesitamos establecer algunos límites. Y una palabra de seguridad."

"¿Una palabra de...?"

"Algo que puedas decir si voy demasiado lejos", explico. "Y cuando la digas, todo se para. Inmediatamente. Sin preguntas."

"¿Como en 50 Sombras de Grey?", pregunta con una sonrisa tímida.

"Como en... joder, Alex, dime que no has aprendido sobre BDSM con esa mierda", gruño. "¿Qué será lo siguiente, que me pidas que te azote con una corbata?"

Su sonrojo se intensifica y tengo que contener una carcajada. Joder, es adorable cuando se avergüenza. "Vale, nada de literatura erótica de Amazon. Pero sí, necesitamos una palabra que signifique 'para todo, ahora mismo'. Y si la dices, paro. Sin preguntas, sin dudas."

"Como... ¿rojo?"

"Vale", suspiro. "Rojo. Pero que conste que es la palabra de seguridad menos imaginativa de la historia."

"Sobre ayer... Lo siento si me excedí", interrumpe rápidamente. "Yo no suelo... es decir, nunca había..."

"Cállate", ordeno, y su cuerpo reacciona instantáneamente, tensándose. "No te disculpes por algo que los dos queríamos."

Se sonroja, y tengo que reprimir el impulso de abrazarlo y decirle que todo va a estar bien. Joder, mi lado protector está empezando a ser un problema.

"¿Y en el trabajo?", pregunta en voz baja. "¿Cómo...?"

"En el trabajo soy tu jefe", le interrumpo. "Nada cambia. Nada de sonrojos cuando te doy órdenes. Y por el amor de dios, deja de morderte el labio cada vez que te corrijo el código."

Asiente, pero noto la decepción en sus ojos.

"¿Ni siquiera cuando estemos solos en tu despacho?"

Le agarré de la nuca, acercándolo. "¿Es eso lo que quieres? ¿Que te folle sobre mi escritorio?"

Su gemido fue toda la respuesta que necesitaba.

"Podemos jugar en el trabajo", concedí, "pero con reglas. Primera: si dices 'señor' fuera de contexto laboral, asumo que quieres jugar. Segunda: si yo te llamo por tu apellido, es que no estoy jugando."

"Sí, se... vale", se corrige, y casi puedo ver cómo le cuesta no añadir el "señor".

Su respiración se acelera visiblemente y tengo que resistir el impulso de empujarlo contra el sofá allí mismo.

"¿Y fuera del trabajo?", pregunta con esa voz tímida que dispara todas mis hormonas.

"Fuera del trabajo...", me detengo, porque no tengo ni puta idea de cómo continuar. ¿Qué somos fuera del trabajo? ¿Un dominante y su sumiso? ¿Dos tíos que follan? ¿Algo más?

"¿Señor?", pregunta suavemente cuando mi silencio se alarga demasiado.

"Fuera del trabajo eres mío", suelto antes de poder filtrar mis palabras. Mierda. No era así como quería decirlo.

Sus ojos se agrandan y su respiración se acelera. "¿Suyo como... como su sumiso?"

"Mío como...", me paso una mano por la cara, frustrado. "Joder, Alex, me gustas, ¿vale? Y no solo para follarte la garganta hasta dejarte sin voz."

En cuanto las palabras salen de mi boca, quiero pegarme un tiro. Tanto control, tanta dominación, para acabar sonando como un puto quinceañero declarándose en el patio del instituto.

Pero Alex... Alex sonríe. Es una sonrisa pequeña, tímida, pero ilumina toda su cara.

"Usted también me gusta", admite en voz baja. "Mucho."

"Ya, eso es bastante obvio por cómo te pones cuando te grito", bromeo, intentando recuperar algo de dignidad.

Se sonroja hasta las orejas, pero no aparta la mirada. "No es solo eso. Me gusta... todo de usted."

"¿Incluso cuando soy un cabrón?"

"Especialmente cuando es un cabrón", admite, y los dos nos reímos.

El silencio que sigue es más cómodo. Me termino el gintonic mientras le observo jugar nerviosamente con el borde de su camisa.

"Vale", digo finalmente. "Reglas básicas: si algo no te gusta, me lo dices. Si algo te incomoda, me lo dices. Y si dices 'rojo' - que sigo pensando que es la palabra menos original del mundo - todo se para inmediatamente. ¿Entendido?"

"Sí, señor", susurra.

"Fuera del trabajo..." le agarro de la barbilla, obligándole a mirarme. "Fuera del trabajo eres mío. Para usarte, para cuidarte, para lo que yo quiera. Pero solo mientras tú también lo desees. ¿Entendido?"

"Sí, señor", susurra, y su voz tiene ese tono... lo tiene que hacer a proposito. No puede ser siempre así naturalmente.

"Y Alex..." añado, soltándole. "Si en algún momento quieres parar, si voy demasiado lejos, si necesitas espacio... dímelo. No soy un puto psicópata."

"Lo sé", dice con una sonrisa. "Por eso confío en usted."

Y ahí está otra vez, ese impulso de abrazarlo y protegerlo del mundo. De susurrarle que todo va a estar bien, que voy a cuidar de él. Pero en lugar de eso, le agarro del pelo y tiro su cabeza hacia atrás.

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"¿Confías en mí?", gruño contra su cuello. "Demuéstralo."

Su gemido es toda la respuesta que necesito.

"Sobre la rodilla", ordeno, y la rapidez con que obedece hace que mi polla dé un tirón dentro del pantalón.

"¿Señor?", murmura, y su voz tiembla ligeramente.

"Shh", le callo mientras mis manos recorren su espalda. "Vamos a comprobar si has entendido bien las reglas."

Deslizo una mano bajo su camisa, sintiendo cómo se estremece ante el contacto. Su piel está ardiendo. Le clavo las uñas suavemente y su espalda se arquea.

"¿Color?", pregunto, probando los límites.

"Verde", susurra, y la urgencia en su voz me hace gruñir.

Sus caderas se mueven involuntariamente, buscando fricción contra mi muslo. Le agarro del pelo y tiro su cabeza hacia atrás.

"Quieto", ordeno. "No te he dado permiso para moverte."

"Lo siento, señor", jadea.

Paso mi lengua por su cuello, saboreando el sudor y la anticipación. Cuando llego a su oreja, muerdo el lóbulo y susurro: "¿Quieres que te folle?"

"Sí... sí, señor. Por favor."

"¿Aquí?", pregunto mientras mis dedos juegan con el elástico de su pantalón. "¿En mi sofá? ¿O prefieres que te lleve a la cama como la putita romántica que eres?"

Se estremece ante mis palabras pero no responde. Le doy una palmada en el culo, no demasiado fuerte, solo lo suficiente para que sepa que espero una respuesta.

"Aquí", gime. "Por favor, señor. Como usted quiera."

"Tan obediente", murmuro mientras le bajo los pantalones. "Tan ansioso por complacer."

Me tomo mi tiempo preparándolo, recordando lo estrecho que estaba ayer. Mis dedos entran despacio, abriéndolo gradualmente mientras él tiembla y gime bajo mi cuerpo.

"Por favor", suplica cuando añado un tercer dedo.

"¿Por favor qué?", exijo, curvando mis dedos dentro de él.

"Por favor, fólleme", gime. "Necesito..."

Le interrumpo con una palmada más fuerte. "¿Qué te he dicho sobre dar órdenes?"

"Lo siento señor", jadea. "Por favor, haga lo que quiera conmigo."

"Mucho mejor", gruño, y finalmente me hundo en él de una sola estocada.

Es tan estrecho que por un momento veo estrellas. Me quedo quieto, dejando que se ajuste, hasta que sus caderas empiezan a moverse contra mí.

"Tan impaciente", me burlo mientras empiezo a moverme. "Tan necesitado."

Cada embestida arranca un gemido de su garganta. Sus manos se aferran al sofá como si fuera un salvavidas, y cuando cambio el ángulo ligeramente, prácticamente grita.

"¿Color?", pregunto, porque todavía me queda algo de sentido común.

"Verde, verde, joder, verde", jadea, y eso es todo lo que necesito oír.

Le follo sin piedad, marcando cada embestida con una palmada en su culo ya enrojecido. Sus gemidos se vuelven más agudos, más desesperados, y sé que está cerca.

"¿Quieres correrte?", gruño en su oído.

"Por favor, señor", suplica. "Por favor..."

"Córrete para mí", ordeno mientras mi mano encuentra su polla. "Ahora."

Al cabo de un minuto (aunque si pregunta diré que fue justo en aquel momento) se corre con un grito ahogado, su cuerpo entero convulsionando bajo el mío. Sus músculos me aprietan tan fuerte que me arranca el orgasmo, y me corro dentro de él con un gruñido animal.

Nos quedamos así un momento, jadeando, hasta que finalmente me retiro y lo giro para que me mire.

"¿Estás bien?", pregunto, examinando su rostro en busca de signos de incomodidad.

Asiente con una sonrisa somnolienta. "Mejor que bien, señor."

"Ven aquí", murmuro, tirando de él hasta que está acurrucado contra mi pecho. Me dedico a contar su respiración, y a las quince veces ya está durmiendo.

"Al final resulta que sí, que hablar las cosas sirve para algo", pienso, mientras lo llevo en brazos a la cama. "Aunque también ayuda seguir la conversación con una buena sesión de sexo salvaje. Ya sabes, para asegurarse de que los límites están claros."

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