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Como conocí a mi sumiso 12: Breaking Brat

Escrito por: Si

La gente dice que la inteligencia es sexy. Error. La inteligencia es sexy hasta que te das cuenta de que tu sumiso es capaz de analizar patrones de comportamiento más rápido que tú. Debería añadir una nueva máxima a mi lista: "No salgas con alguien más inteligente que tu".

Porque ese es el problema con los sumisos inteligentes - mientras tú estás intentando mantener el control, ellos ya han encontrado el camino óptimo para conseguir exactamente lo que quieren.

Quizás alguien pueda decirme que exagero. "Bueno, la dinámica ya está establecida, aunque hayas cedido un poco. Todo va a fluír naturalmente". Seguro que esa persona no te advierte de que tu sumiso perfecto puede volverse un puto adolescente rebelde de la noche a la mañana. Y no, no estoy exagerando - llevo unos días planteándome si Alex ha sufrido algún tipo de lesión cerebral que le ha hecho olvidar todos los conceptos básicos de comportamiento profesional.

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Todo empezó el miércoles pasado. Teníamos una reunión importante con el cliente, de esas que requieren que todo el mundo vista como adultos funcionales y no como programadores que acaban de salir de una maratón de código de 48 horas.

"Buenos días", dijo Alex al entrar, y hasta ahí todo normal. El problema fue que al pasar junto a mi silla, sus dedos rozaron "accidentalmente" mi nuca. En mitad de la puta reunión. Con el puto cliente delante.

Me tensé, pero mantuve la compostura. Vale, un desliz. Puede pasar. Seguramente ni siquiera fue intencional.

Pero luego empezó con el bolígrafo.

Hay que joderse con el bolígrafo. Se lo metía en la boca, lo chupaba distraídamente mientras "tomaba notas". Y cada vez que yo miraba en su dirección (que era más a menudo de lo que me gustaría admitir), me pillaba observándole.

"Alex", dije cuando por fin acabó la tortura, "¿puedes quedarte un momento?"

Esperé a que todos salieran. Incluido el cliente, que parecía encantado con la presentación. Normal, no era él quien tenía que aguantar ver cómo su sumiso practicaba fellatio con un Bic delante de todo el departamento.

"¿Qué coño ha sido eso?", pregunté en cuanto se cerró la puerta.

"¿El qué, señor?", y juro que su cara de inocencia casi me hace dudar. Casi.

"Sabes perfectamente el qué. El... numerito con el bolígrafo. El tocarme al pasar. ¿Te has vuelto loco?"

"Solo estaba tomando notas", respondió, pero había algo en su sonrisa que me molestó. Como si estuviera... ¿satisfecho?

"Esta noche", gruñí, "vamos a tener una conversación muy seria sobre límites profesionales."

"Sí, señor", respondió, bajando la mirada en ese gesto de sumisión que normalmente me volvía loco. Pero había algo... diferente. Como si estuviera conteniendo una sonrisa.

La "conversación" esa noche fue... intensa. Le até, le hice suplicar, le negué el orgasmo hasta que prácticamente lloraba. Un castigo ejemplar que, estaba seguro, le haría pensárselo dos veces antes de volver a comportarse así en el trabajo.

Qué iluso fui.

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Al día siguiente parecía perfectamente normal. Profesional. Compuesto. Como si la noche anterior no hubiera pasado nada. Respiré aliviado - lección aprendida.

Hasta que llegó la reunión de revisión de código.

Alex decidió que era un buen momento para estirarse. Repetidamente. Con la camisa subiéndosele justo lo suficiente para mostrar un trozo de piel donde yo sabía que había dejado marcas la noche anterior.

Y cuando digo repetidamente, me refiero a que parecía un puto gato recién despierto de la siesta. Estirándose, arqueando la espalda, "inadvertidamente" mostrando más piel de la necesaria.

Laura me pilló mirándole y arqueó una ceja. Genial. Simplemente genial.

Esta vez el castigo fue más severo. Le vendé los ojos, le até, y le puse una hermosa jaula de castidad durante toda la noche. Una vez terminé con él, contemplé mi obra. Su carita manchada totalmente de blanco, mis calzoncillos en su boca a modo de mordaza (¿un momento, son esos mis calzoncillos de gimnasio?)

"¿Has aprendido la lección?", pregunté mientras le acariciaba la barbilla.

Asintió con la cabeza, pues no podía hablar, pero en los ojos vi claramente lo que yo quería. ¿Por qué no podía ser siempre así?

Y yo, como un idiota, le creí.

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tiempo después, cuando la crisis ni siquiera ocupaba espacio en mi memoria, Alex llegó a la oficina con esa sonrisita de "he sido malo, pero aún no lo sabes" que ya debería haberme puesto en alerta. Pero claro, como soy gilipollas, pensé que solo estaba de buen humor.

"Buenos días, señor", murmuró mientras pasaba junto a mi despacho, asegurándose de que solo yo pudiera oír el "señor". Y luego, el muy cabrón, se mordió el labio.

Lo primero que pensé fue "voy a tener que castigarte OTRA VEZ por esto". Lo segundo fue "mierda, eso es exactamente lo que quiere". Y lo tercero fue "¿desde cuándo soy tan transparente?".

A media mañana, durante una reunión de equipo, se sentó justo enfrente de mí. Normal, ¿no? Excepto que cada vez que yo hablaba, él se pasaba la lengua por los labios. Muy sutilmente, claro. Tan sutilmente que nadie más lo notaba. Pero yo sí, y el muy hijo de puta lo sabía.

"Alex", dije cuando terminó la reunión, "a mi despacho."

Su sonrisa mientras me seguía debería haberme dado otra pista. Pero estaba demasiado ocupado pensando en cómo iba a castigarlo.

"Cierra la puerta", ordené.

La cerró. Y le puso el pestillo. Sin que yo se lo dijera.

"¿Qué coño crees que estás haciendo?", gruñí.

"¿Siendo malo?", sugirió con una inocencia tan falsa que casi me río. Casi.

"¿Estás buscando que te castigue?"

"¿Está funcionando?"

Y entonces lo vi. La forma en que sus ojos brillaban, cómo se mordía el labio para contener una sonrisa... el muy cabrón lo tenía todo planeado.

"No vas a conseguir lo que quieres", le advertí.

"¿Y qué cree que quiero, señor?", preguntó, y joder, su voz cuando dice "señor" debería ser ilegal.

"Quieres que pierda el control. Que te folle aquí mismo, sobre mi escritorio."

"Oh", sonrió, "entonces sí sabe lo que quiero."

Le agarré del cuello de la camisa y lo empujé contra la pared. Su gemido fue... demasiado alto.

"Shh", siseé, "¿quieres que nos oigan?"

"¿Usted no?", susurró, y pude sentir su sonrisa contra mi cuello.

Mierda. Doble mierda. El muy cabrón sabía exactamente lo que estaba haciendo. Y lo peor es que estaba funcionando.

"Esta noche", gruñí en su oído, "voy a castigarte por esto."

"Promesas, promesas..."

Le solté como si quemara. Que es exactamente lo que él quería, por supuesto. Porque ahora tendría que pasar todo el día viéndolo pavonearse por la oficina, sabiendo que cada "castigo" que planeara era exactamente lo que él buscaba.

"Puedes irte", dije, intentando sonar autoritario y no frustrado.

"Sí, señor", respondió, y juro que puso extra énfasis en el "señor" solo para joderme.

Le vi salir, con ese aire de satisfacción de saber que estaba ganando.

Y entonces me di cuenta: no puedo ganar este juego. No cuando él es quien ha escrito las reglas.

Hora de cambiar de estrategia.

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Esa noche no hubo castigo. Mirar una serie, pedir comida a domicilio, y dormir acurrucados. Todo muy idílico... hasta las 6 de la madrugada

"Buenos días, princesa", dije, mientras le metía el rabo en la boca.

El secreto de correrse mucho no es el llevar un tiempo de secano. Es, sobre todo, estar mucho rato sacudiendo la manivela antes de sacar agua. Después de casi hora y media de usar la cabeza de mi soñoliento y legañoso sumiso como si fuera una vagina en lata, lo arrodillé delante de mí. Alex estaba con la mayor expectación del mundo, como si le fueran a caer millones en vez de una corrida, pero ahí fue cuando ejecuté el plan real. Lo aparté totalmente, y cogí una mascarilla. Uno de los remanentes que nos dieron en la oficina durante el covid, las mascarillas esas de mierda, ni siquiera era de buena calidad. Me masturbé con ella, me la restregué por los huevos, y, al final, me corrí en su interior.

La corrida fue abundante, larga, y densa. Joder, creo que he echado un trozo de mi alma en esa corrida también. Me temblaban las rodillas un poco, pero no era el momento de vacilar.

Mientras Alex estaba totalmente confuso, le puse la mascarilla, restregándole toda la corrida en su cara. Mientras le ponía las cintas elásticas detrás de sus orejas ruborizadas, con mordisquito incluido, le dije: "Hoy vas a estar griposo".

"¿Todo el día?", preguntó, y por primera vez vi verdadero nerviosismo en sus ojos.

"Todo el día", confirmé. "Y a cada puto instante, recordarás exactamente a quién perteneces."

"Pero señor... se va a ver..." Ah, pánico. Cuánto te echaba de menos

"Shhhh", le dije, mientras manipulaba la mascarilla encima de su cara, "vamos a repartirlo bien y esperar que se seque"

El efecto fue... fascinante.

Ese dia, Alex estaba completamente transformado. Cada vez que se movía, la mascarilla le recordaba su posición. Cada vez que respiraba, le venia una nueva bocanada. Y cada vez que me miraba, sus ojos mostraban una mezcla de vulnerabilidad y sumisión que me hizo sentir poderoso de una manera que ningún castigo había conseguido.

"Alex", ordené durante una reunión, "explica el nuevo sistema de logging."

Se levantó, profesional y compuesto como siempre. Pero cada vez que hablaba, su mano se movía inconscientemente a separar la mascarilla de la nariz, y yo sabía exactamente por qué.

Le presioné durante la presentación. Le interrumpí. Le hice defender cada decisión técnica. Y en lugar de rebelarse o provocar como habría hecho días antes, se mantuvo perfectamente sumiso y profesional.

Laura me miró extrañada. "¿Está Alex bien? Lleva todo el día alejándose de mi."

"No querrá contagiarte nada", respondí simplemente. Lo que no quería es que oliese a mi.

Me permití el lujo de jugar un poco con mi nuevo poder durante el día. En la reunión de equipo, dejé caer el bolígrafo "accidentalmente" cerca de su silla.

"Alex, ¿podrías...?", ni siquiera tuve que terminar la frase. Se agachó a recogerlo inmediatamente, y pude ver cómo la mascarilla se le había descolocado. Cuando se incorporó, sus mejillas estaban sonrojadas.

"Gracias", dije con una sonrisa que hizo que bajara la mirada. "Muy servicial últimamente."

Más tarde, lo llamé a mi despacho. Se quedó de pie frente a mi escritorio, perfectamente compuesto pero con esa nueva vulnerabilidad que me encantaba.

"Cierra la puerta", ordené, y observé con satisfacción cómo obedecía sin el menor rastro de su habitual provocación.

"¿Me necesitaba, señor?", preguntó suavemente.

"Solo quería comentar lo bien que has estado trabajando estos días", dije, levantándome para rodear mi escritorio. "Tan obediente. Tan centrado."

Me acerqué más, invadiendo su espacio personal. Su respiración se aceleró ligeramente cuando acerqué mi dedo a su mascarilla. "Pero cuidado, se te ha descolocado la mascarilla". Se la volví a colocar, restregándosela discretamente. Alex consideró muy interesantes las baldosas del suelo durante todo ese rato.

"Es casi como si hubieras encontrado... tu lugar", continué, disfrutando de cómo se estremecía bajo mi toque.

"Sí, señor", susurró, y su voz tenía ese temblor que me decía que estaba completamente bajo mi control.

"¿Te gusta?", pregunté, aunque ya sabía la respuesta. "¿Te gusta saber que incluso cuando estás aquí, trabajando, todos pueden ver lo bien que te comportas para mí?"

Su gemido fue apenas audible, pero la forma en que se balanceó hacia mi toque fue respuesta suficiente.

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Lo repetí al día siguiente. Y al siguiente. Cada día, un recordatorio silencioso y constante de su sumisión. Y cada día, Alex se mostraba más centrado, más eficiente, más... mío.

"Has estado muy complaciente últimamente", comenté una noche mientras mirabamos una serie haciendo la cucharita.

Y ahí estaba - el verdadero poder no está en los castigos ni en las órdenes. Está en encontrar exactamente lo que tu sumiso necesita, incluso cuando él mismo no lo sabe.

Punto para el dominante.

Aunque, conociendo a Alex, seguramente ya está planeando su contraataque. Pero por ahora... por ahora disfruto de mi pequeña victoria.

Como conocí a mi sumiso 12: Breaking Brat

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