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TRASPASANDO LIMITES CON G (I)

Escrito por: melenas23

Son las ocho de la mañana.

Después de despedir a mi chica con un beso apasionado me dirijo al trastero y desempolvo una caja escondida debajo de otras. Saco el croptop que compré con él en Madrid, y tres bañadores de licra, tipo speedo. Los extiendo en la cama del dormitorio, y le envío una foto.

Me contesta de inmediato:

-“Ponte el amarillo, heterito, es el que te hace ver más gay y más putito”.

Me enfado momentáneamente y le contesto:

-“G, no soy gay, sabes que no me gustan los chicos”.

Me dice:

-“No he dicho que seas gay, pero es innegable que yo te molo, te pone lo que te hago y cómo te trato, y como a mí me mola y me excita verte así vestido, te lo pones y… ¡hala!, a escribir”.

Se me vienen mil réplicas a la cabeza, empiezo a contestarle, pero lo borro y contesto con un “Ok”.

Me contesta con una sonrisa. Podría argumentar todo lo que quisiera, pero aquí estoy, enfrente del ordenador, un sábado magnífico en el que podría ir a hacer deporte, quedar con los colegas o hacer otras cien cosas, llevando solo un croptop y unos speedos.

Leo su última frase y me pongo duro. Tiene razón, es innegable. G me pone desde el día que le conocí, y tiene un poder sobre mí que me acojona. Me ha hecho traspasar muchos de mis límites, y solamente en escasos e intermitentes momentos de lucidez, donde la racionalidad todavía se impone a todo lo demás, soy capaz de oponerme a sus deseos y caprichos.

Desgraciadamente para mí, no parece que hoy vaya a ser uno de esos momentos. G me ha ordenado que use la inicial de su nombre para relatar nuestra historia con todo lujo de detalles y la publique en esta página para humillarme.

Vestido como un puto, abro el ordenador y pongo título a mi vergüenza, mientras mi rabo palpita dentro del bañador reafirmando esta maldición que sufro por mi naturaleza de esclavo:

“TRASPASANDO LIMITES CON G (I)”.

Conocí a G chateando por alguna web de SM en la primavera de 2023, sin demasiadas expectativas. Hacía ya seis años que no había tenido ningún contacto con tíos, con la excepción de un episodio muy breve y muy light en pandemia.

Seis años donde mi naturaleza de esclavo había permanecido aletargada. Mi chica y yo nos casamos en 2018. Mi lesión de fútbol me obligó a pasar por quirófano por segunda vez. Seguía ascendiendo en el trabajo, con cada vez más responsabilidad y menos tiempo libre...

En resumen: poco tiempo, pocas oportunidades y poco interés.

Estaba tranquilo y en paz, pensando que había dejado atrás este lado oscuro de mi naturaleza, como si se hubiera tratado de una fase pasajera…

Para mi desgracia, todo cambió al conocer a G. Desde el primer momento me di cuenta que no era otro chaval dominante más. Su manera de hablar en los mensajes escritos y los audios que intercambiábamos era hipnótica.

A sus 32 años, desprendía una seguridad, un dominio, y una autoridad fuera de lo común. Su físico todavía hacía esas cualidades más impactantes: su cara de niño bueno, aparentando pocos más de 20, su cuerpo extremamente fibroso pero delgado, sin rastro de vello, de estatura media-baja, su gracioso flequillo de niñato que aún no lo ha dejado de ser…

Todas sus características físicas contrastaban de forma poderosa con las historias que me contaba sobre lo que le ponía, su larguísima experiencia dominando a pesar de su corta edad, y las historias concretas de humillación que me explicaba como ejemplo.

Todavía recuerdo y me excito al recordar aquellas primeras conversaciones, en las que me contaba cómo tenía sometido al chaval hetero con el que compartía piso, y las situaciones morbosas y comprometidas a las que le sometía cuando su chica venía a casa, obligándolo a comerse su rabo con su chica en el cuarto de al lado y luego salir y hablar con ella como si nada, con el semen de G todavía rondando por su boca.

Me contó cómo a otro tío le obligó a comérsela de rodillas en el parking de un centro comercial, se corrió en su boca, y le prohibió tragárselo ni expulsarlo antes de llegar a casa. Lo que G no sabía en ese momento es que el pobre tío tenía que aguantar 40 minutos y 18 paradas de metro con el semen de G en su boca, antes de grabar un video en casa soltándolo, como así hizo.

Recuerdo cuando me contó que tenía bastantes esclavos heteros como yo, pero que se los zumbaba cuando le apetecía y estaban siempre dispuestos para él. Doblegar heteros era con diferencia su especialidad, y lo que más le divertía y excitaba.

Una vez me enseñó (preservando su identidad, era siempre muy cuidadoso con eso) una foto de un tío extremamente masculino con un cuerpo atlético como jamás he visto, posando con un vestido de su chica. G me contó que el hetero flipaba siendo su esclavo, y a G le encantaba follárselo bien duro cuando le daba la gana.

Aún me acuerdo como si fuera hoy cuando me pidió una foto mía de cuerpo en calzoncillos y la colgó en un grupo de whatsap con sus colegas gays, anunciándoles que tenía un nuevo perro hetero y pidiéndoles opinión. Después me hizo leer aquella conversación tremendamente humillante donde cinco niñatos gays, con las hormonas desatadas, se despachaban a gusto sobre lo que me harían si me tuvieran a mano y disponible, y reflejaban la envidia sana que le tenían a G por encontrar y llevarse al huerto (literalmente) “los mejores heteros cachas sin cerebro”.

A mis 42 años yo no era ya ningún chaval. Sin embargo, el deporte y la obsesión por la nutrición hacían de mi cuerpo todavía una “pieza” muy deseable para aquellos niñatos.

G me dijo que le ponían los tíos cachas y atléticos, y desde el primer momento me exigió extremar la disciplina deportiva para reducir mi porcentaje de grasa al 15% y aumentar mi volumen muscular. A mí me jodía y me excitaba esforzarme para él, pero lo hacía. Mi chica estaba encantada de mi recuperado aspecto.

Pero lo más importante es que, de la misma manera que conocerle fue para mí una revolución, creo que para G también fue impactante conocerme.

Nunca lo hemos hablado, pero estoy convencido de que, además de atraerle físicamente, G encontró fascinante que yo hubiera sido capaz de “controlar” tantos años mi naturaleza de sumiso (que para él se hizo evidente desde el primer minuto), encorsetándola en unos límites tan estrictos, sin vulnerarlos.

Hoy sé que, si algo excita a G de verdad, es arrastrar a un hetero fuera de su zona de confort. Obligarle a hacer lo que más le jode: vencerle, rendirle.

Sólo así se explica que un chico que podía tener todo el sexo que quisiera, prácticamente con quien se propusiera, se tomara en aquel momento tantas molestias, tanto tiempo y tanta paciencia, en conocerme, y que aceptara a priori mis enormes limitaciones para ir tejiendo poco a poco una telaraña de control de la que finalmente me fue imposible escapar.

Abriendo de par en par los rincones más oscuros de mente, durante aquellas semanas previas a conocernos, le expliqué a G mis traumas a la hora de mostrar mi físico a los tíos, lo que odio que me indiquen cuál debe ser mi aspecto físico o mi ropa, marcar culo o paquete, lo que me incomoda que otro tome las riendas de cualquier aspecto de mi vida, sufrir cualquier control en general, y la angustia que me produce tener cualquier “contacto” de naturaleza sexual con un chico, por inocente que fuera. También entendió que las situaciones en público o delante de terceros multiplican esas sensaciones.

La radiografía que obtuvo de mi mente fue tan perfecta que a veces pienso que, hoy, G me conoce mejor que yo mismo.

Y a la primera oportunidad que tuvimos, en Junio de 2023, organizamos la manera de vernos y conocernos en persona en Madrid.

TRASPASANDO LIMITES CON G (I)

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