JORGE
Mi relación con Jorge cambio por una mala decisión. Una de esas decisiones que tomas sin pensar. Jorge es mi compañero de piso desde hace 7 meses. Aquel día entre a cerrar la ventana de su habitación, como había hecho en muchas ocasiones. Cuando me disponía a irme, entró en el cuarto. Vi como plegaba su bastón, se quitaba las gafas de sol que siempre llevaba puestas y cerraba la puerta. Observé como las dejaba en la cómoda, perfectamente alineadas con el resto de objetos.
Se quedó quieto un segundo, a un par de paso de mi. Pude ver por primera vez sus ojos inertes, que se movían sin función alguna.
Ya era tarde para saludarle, para decirle que solo estaba cerrando la ventana. Había pasado el tiempo suficiente para que la situación fuera incómoda. Seguí inmóvil. Observando como se quitaba el jersey y lo doblaba sobre su cama. Lo alisaba casi acariciándolo y lo colocaba en el estante de su armario. Hizo lo mismo con el pantalón. Antes de doblar la camiseta olió la zona de las axilas. Algo que repitió con sus calzoncillos y los calcetines, una aspiración mas profunda. Recreándose unos segundo antes de meterlos en un cesto de ropa sucia.
Me sorprendió que tenía un cuerpo fibrado. Sin depilar. Tenía vello en el pecho, marcando aun más unos pectorales trabajados. El vello bajaba en forma de uve a su pelo púbico, en bruto, rodeando un miembro claramente superior al mío. Yo tampoco acercaría unas tijeras a esa zona en su situación, pensé. Desnudo se acercó a la ventana. Puto pesado, siempre igual con la ventana. Me volví a poner nervioso, lo tenía a escasos centímetros, pero preferí no moverme. Pude observar mejor su cuerpo, las piernas también eran fuertes. Su culo y muslos fuertes y musculosos me hicieron mirar los mios delgados, que no llenaban mi pantalón del chándal. Las piernas tenían mucho más vello que en la parte superior. No me sorprendió, ya que lo había visto todo el verano en pantalón corto. En cambio, la mata de pelo que tenía entre sus nalgas si centró mi atención. Se agachó para poner a cargar el móvil y se lo rascó dejándome intuir un ojete rosado entre tanto vello.
Yo seguía allí inmóvil intentando que mi respiración no se escuchase. Tendría que esperar a que se durmiese para poder irme. Se metió desnudo en la cama, solo cubierto por una sabana. Se perfilaba perfectamente aquel pene grande y gordo en relajación, posado sobre unos gordos huevos. Escuchó un mensaje de su móvil. No distinguía lo que decía, pero era una voz femenina. Él le contestó comentando lo bien que olía y que tenía ganas de verla al día siguiente. Mientras lo hacía su mano fue a su entrepierna y se la recolocó sobre el muslo. Juraría que había crecido solo por escuchar ese audio. El cabrón tenía novia, o un ligue al menos. En ese momento me di cuenta que no sabía nada de él. Donde trabajaba y poco más detalles de su vida. Era un desconocido más con el que compartía gastos.
Por suerte, no tardó mucho en dormirse. Pude irme a mi habitación y respirar con normalidad. Mi corazón estaba agitado y mi cabeza daba mil vueltas. Me desnudé, tal como había hecho Jorge. Repitiendo sus gestos. Me sorprendí oliendo mis gayumbos y calcetines. Y me agradó su olor. Seguía sin saber porqué no le había saludado. Porqué me había quedado inmóvil observando. Joder, eres imbécil. ¿Porque coño has hecho eso, tío? No tuve respuesta, pero a los dos días volví a hacerlo.
Esta vez me metí debajo de la cama, como un niño pequeño. Fue sumamente aburrido. Solo podía intuir lo que hacía y escuchar lo que hablaba con aquella chica.
Tardé unos días más en repetir. Esperé a que llegase a casa más de una hora y corrí a su habitación. Esta vez me quedé de píe. Entre la ventana y la cama como la primera vez. Repitió todo como en un ritual. Volvió a estar a pocos centímetros y noté que ese día olían distinto. Mucho más fuerte. Escuchando como hablaba con un colega comprendí la razón. Le contó con todo lujo de detalles lo buena que estaba, como besaba, como habían follado en el baño del trabajo, como olía su coño y lo bien que la mamaba. Mientras lo hacía jugaba con su pene casi erecto. En el momento en que retiró el pellejo y su capullo quedó a la vista, un olor mucho más fuerte, un olor a sexo a semen seco y a flujos de mujer, inundó la habitación y mis fosas nasales. Mi polla también tomo vida. No me la toqué, tenía miedo a que el pudiese escucharme o que se me escapase un gemido. Pude observar como su polla seguía engordando y creciendo hasta estar rígida. Ya no necesitaba sujetarla. Daba pequeños botes y mojaba los vellos de su ombligo con abundante precúm. En cuanto colgó el teléfono se empezó a masturbar. Con una mano restregaba todo aquel líquido por su gordo y venoso tronco. La otra mano tiraba de su huevazos y acariciaba su pecho en un juego en el que sus piernas se movían por el gusto. Me llevé la mano a mi polla durísima cuando vi como esa mano juguetona se humedecía en su capullo y buscaba entre esa selva de pelos su ano. Lo presionaba y se retorcia y arqueaba de puro placer. Se corrió mordiendo la almohada en un orgasmo bestial. Soltó varios chorros de lefa espesa. No se cuantos, ya que su orgarmo acabó boca abajo pringando su cuerpo y las sabanas de lefa. Se maldijo el mismo al notar el estropicio de lefa que cubría su cuerpo. Se limpió como pudo con la sabana y la tiró hacia el lado de me encontraba yo. Pude notar esa lefa, ya fria en mi pie desnudo, pero no lo moví. Se durmió desnudo sobre la cama, sin sabana que lo cubriese. Su pene se tardó en bajar de dimensiones. Observé su cuerpo duro y fibrado, y su vello mojado y apelmazado en donde quedaban restos de su corrida. Aquello me llegó a excitar tanto que cuando por fin se durmió y llegué a la habitación seguía igual de duro. No me quise cuestionar porqué, pero yo también me tuve que masturbar. Dos veces seguidas, ya que la primera fue tan rápida que no sació mis deseos de correrme. Yo también dormí desnudo, pero con la lefa repartida por mi cuerpo.
Aquello se volvió a habitual. Casi obsesivo. Había días que me pasaba horas mirándolo dormir. Como se movía en sueños. Su respiración, sus pequeños ronquidos. Como se desvelaba y escuchaba un podcast. Lo observaba todo.
Jorge se pajeaba tres o cuatro veces a la semana. Yo en cambió pasé a hacerlo a diario. Más de una vez. Empecé a ir desnudo a su cuarto. Total, el no podría verme. Me masturbaba mientras el dormía. A veces oliendo sus gayumbos, mordiéndolos para no hacer ruido. Mi lefa, mucho más escasa que la suya la recogía con mi mano y la restregaba en mi pecho para no dejar pruebas.
Cada noche me pegaba más horas mirándolo. Llegaba agotado al trabajo de las noches en vela. Incluso llegué más de un día tarde por ver su rutina matinal. Me fascinaba como tenía colocadas las prendas por colores, y la combinaba con buen gusto. Aprendí a ver su atractivo. Entendía que aquella chica estuviese tan colada por él. Me obsesioné tanto que quise saber quien era esa chica.
Lo seguí al trabajo. Sin cuidado, en la calle era imposible que él notase que lo seguía. Cuando llego a la puerta del trabajo, una chica muy atractiva le abrazó por sorpresa. El enseguida buscó su boca y agarró fuerte sus nalga con la mano que no llevaba el bastón. No fueron muy discretos, ni yo tampoco al mirarlos a un par de metros con cara de gilipollas. Ella se dio cuenta y me miró con desprecio. Mierda, soy gilipollas. Ahora que haría si la llevaba a casa. Sería el tío raro y desaliñado que los miró besarse en mitad de la calle.
Entré en crisis. Que estaba haciendo, le dedicaba tanto tiempo a Jorge que toda mi vida se estaba yendo a la mierda. Decidí romper por lo sano. Le dije a Jorge que me iba a vivir con Ana, mi chica. No pareció molestarle. En realidad solo teníamos una relación cordial. Me jodió su indiferencia, la verdad. Había dedicado el último mes de mi vida a observarlo, a olerlo mientras dormía, a masturbarme mientras el dormía y a envidiar su polla enorme y esos orgasmos que le hacían contorsionarse de manera brutal. Había vivido las primeras discusiones con su novia, las reconciliaciones y hasta el sexo telefónico que tenían.
Mi último día en el piso decidimos cenar juntos, aunque no sabíamos bien de que hablar. Antes de irse a dormir me dio una regalo. Un perfume. Mi perfume. Aquel que usaba desde los 18 años y que me costaba encontrar en las tiendas.
Yo nunca le había dicho que perfume usaba. ¿Se lo habría preguntado a Ana? No le quise dar más vueltas. Me lavé los dientes y me fui a dormir. Su puerta estaba entornada.
Era la primera noche en 8 meses que no cerraba la puerta.
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Jorge
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