Jueves 2 de octubre. 9,00 horas.
Jorge llevaba más de diez días en su casa principal de Tauride. En este tiempo se fueron produciendo muchos cambios que sobre todo tenían que ver con su estilo de vida; encargó ropa nueva y se deshizo de la que había traído desde España; ahora vestía prendas de algodón, lino y fina seda, algunas bordadas con hilos de oro y plata, pero la mayoría muy sencillas y elegantes. El naranja y el turquesa lo llevaba no solo Jorge en su ropa sino también todos sus empleados; y enseñas con un dragón llameante eran también omnipresentes, al igual que emblemas con la letra “T”. Los empleados más cercanos a Jorge cada vez hablaban un español más correcto, y aunque había empezado a recibir clases de ketirí pronto se desanimó, pues le faltaba paciencia para iniciarse en una lengua tan diferente a las que conocía. Aunque Yusuf le resultaba imprescindible para manejarse con los asuntos legales y de importancia Jorge se sentía cohibido en su presencia, algo que trataba de superar o por lo menos de disimular; en cambio se había aficionado a la compañía de dos empleados de su casa: Eukario, el encargado de protocolo, y Miceros, el mayordomo. El primero era un verdadero experto en costumbres e historia local; se trataba de un joven mulato de unos cuarenta años, muy alto y desgarbado; vestía siempre de blanco inmaculado (salvo un turbante con los colores de la hacienda Tharakos), y tenía una sonrisa de dientes limpios, grandes y bien colocados que iluminaba su rostro, algo que ocurría muy a menudo porque Eukario era muy risueño. Como hablaba a la perfección el español y otros idiomas (aparte obviamente del ketirí) fue primero el frustrado profesor de Jorge del idioma local y más tarde su traductor y auténtica mano derecha en el trato con la gente. La simpatía entre ambos fue mutua e intensa desde el primer momento, y de hecho el empleado pronto sintió una fuerte atracción por Jorge; pero la evidente falta de correspondencia y la diferencia de posiciones impedían avances en el plano romántico. No obstante, la relación entre ambos era óptima y Jorge pasaba casi todo el día con él. En cuanto a Miceros, había sido empleado de la antigua hacienda Gurión de Benassur, (como el resto de trabajadores de Jorge); resultaba evidente que echaba de menos los tiempos del antiguo dueño, pero se afanaba os-tensiblemente en satisfacer a su nuevo patrón. El puesto de Miceros, mayordomo, era el más importante en Tauride después del de Yusuf, pues era el encargado de todo lo relativo a la casa principal de la hacienda; él se ocupaba de que los deseos del señor se realizaran, que no faltara ninguna cosa, de contratar empleados subalternos si era necesario, de proveer y supervisarlo todo. Aunque pasaba de los cincuenta años había aprendido español con rapidez y eficiencia; tenía un fuerte acento local, pero por lo demás lo hablaba y entendía con fluidez. A diferencia de Eukario el mayordomo vestía de una forma exquisita y formal, con ropas pesadas cuajadas de brocados que le daban un cierto aire militar, algo que por otra parte le encajaba a la perfección. Era de tez muy oscura, pero no negro, más bien parecía curtido al sol durante años, y presentaba una barba cana muy poblada y larga. Precisamente de esto estaban hablando Jorge y Eukario.
—Tú no tienes barba, pero Miceros es todo lo contrario.
—Me dejaré barba si lo ordenas así, elí —se apresuró a decir Eukario.
—No, no, era solo un comentario sin importancia —le aclaró Jorge—; en realidad es todo lo contrario, a mí me horrorizan las barbas y bigotes, por mí los prohibiría.
—¿Y por qué no lo haces, elí?
—¿Cómo? ¿Prohibirlos? Bueno, no sé, supongo que sería poco amistoso e incluso agresivo intentar algo así, además cada uno puede tener el aspecto que desee ¿me equivoco?
—Elí, tú eres la ley de tu hacienda. Del mismo modo que llevamos tus colores con honor y orgullo arreglaremos nuestro cabello o haremos cualquier cosa que te parezca que debamos hacer; puedes regular lo que comemos, el idioma que hablamos, los horarios de trabajo, nuestros sueldos, nuestras actividades en el tiempo libre… todo, elí, porque todo es tuyo.
—¿Quieres decir que si ordeno que todos mis empleados lleven la cara afeitada lo harán? ¿Y no se sentirán airados contra mí? ¿Miceros por ejemplo se afeitaría sin sentirse agredido ni humillado?
—Desde Yusuf hasta el último porquerizo te obedecerán sin reparos. Eso es ser ketirí, elí.
Jorge sintió una enorme satisfacción. Este tipo de poder no existía en occidente… bueno, en ninguna parte del mundo. Él era un demócrata convencido, una persona con ideas socialistas, incluso más a la izquierda… pero ahora estaba disfrutando al comprobar que los límites de su poder se extendían más allá de lo que siquiera había sospechado.
—Nueva regla —dijo Jorge con voz seria. Eukario abrió un cuaderno y apuntó en él con su estilográfica cargada de tinta color turquesa—. Cada día mis empleados se afeitarán la cara por completo. No podrán llevar barba ni bigote.
Jorge había aprendido que podía decretar “normas”, que en la práctica eran leyes, las cuales iban quedando progresivamente anotadas en el “Libro Mayor”, una especie de código civil de aplicación en sus propiedades. Cada hacienda tenía uno de estos libros, y si se hacían cambios o añadidos se comunicaban al resto de haciendas para que los conocieran.
Jorge se iba amoldando a su nuevo estilo de vida. La tecnología cada vez iba ocupando menos espacio en su mente, algo que al principio le sorprendió mucho. Por ejemplo, pidió y consiguió de inmediato una cámara de fotos digital Sony, con un objetivo zoom de ensueño que iba de gran angular a teleobjetivo. Según le informó Yusuf, que fue quien se la proporcionó, esta cámara podía funcionar en Ketiris sin sufrir la “interferencia” que bloqueaba los dispositivos eléctricos, era inmune a ella; pero en cambio no le serviría para viajar fuera de las fronteras nacionales, aunque naturalmente si ese fuera el caso podría cambiarla por una estándar; además, las baterías se cargaban por inducción, como el teléfono móvil, por lo que se evitaba la posibilidad de quedarse sin energía. También obtuvo una enorme televisión digital preparada para sortear la “inter-ferencia” donde poder ver las imágenes de la cámara y sintonizar emisoras de todo el mundo; pero en un par de días le pareció absurdo hacer fotos y perder el tiempo frente a la pantalla. En cambio se empezó a aficionar a escribir una especie de diario con pluma estilográfica, e incluso a trazar bocetos de dibujo con este mismo útil de escritura.
Seguía pasando las noches con Álex. Tras la crueldad inicial parecía un poco estupefacto, lo usaba sexualmente, pero no le había vuelto a castigar; el látigo estaba allí, pero no lo usaba. Le daba vueltas al asunto de los esclavos: ¿dónde estaban? Mejor dicho, era consciente de que trabajaban en las minas, en la cantera, en las explotaciones agrícolas, pero no se animaba a visitarlos. Sabía que los podía adquirir en el mercado, que los que habían sido esclavos personales de Benassur ahora lo eran suyos. Benassur. ¿Cómo habría sido su anciano predecesor? Evitaba preguntarle a Yusuf por él, porque sentía que la comparación resultaría inevitable, y no quería enfrentarse a una competición que iba a perder. Sabía que Benassur había tenido muy pocos esclavos selectos, y que prefería pasar el tiempo con sus empleados. Pero por la noche, en la intimidad sexual con Álex, imaginaba que disponer de algún esclavo más le podría permitir mayor libertad en las prácticas, que no quería azotar a Álex pero sí a algún esclavo nuevo y desconocido, aunque… ¿no terminaría por pasar lo mismo con todos? ¿no acabarían siendo para él una especie de cachorros adorables y su casa una especie de guardería de perritos abandonados? Por otra parte, aunque había intentado abordar con Yusuf el asunto de los esclavos, este siempre parecía desviar la conversación hacia asuntos más serios y relevantes de un modo tal que a Jorge le resultaba imposible, por incómodo, retomar su curiosidad inicial; el resultado era que tras todos estos días no había conocido a ninguno de los esclavos de Benassur, que ahora le pertenecían. Pero no pensaba dejar las cosas así, en primer lugar porque eso socavaba su autoridad, y sobre todo porque se moría de ganas de disfrutar de los esclavos, sus esclavos. Así que esa noche, tras gozar del culo y la boca de Álex dio orden a Miceros de que al día siguiente se presentara Yusuf ante él a la hora del desayuno; pensó en telefonearlo él mismo, como había hecho otras veces, pero le pareció que era mucho mejor no rebajarse a eso y en su lugar decidió transmitirle una orden directa a través de un subordinado.
Viernes 3 de octubre. 9,30 horas.
Cuando se presentó Yusuf a la hora acordada del día si-guiente Jorge tardó unos instantes en reconocerlo, porque su cara estaba afeitada y parecía más joven. Evidentemente sus decretos no tardaban en difundirse y obedecerse, algo que le pareció casi mágico. Jorge desayunó frente a su secretario sin invitarle a participar con él, como si diera por hecho que el empleado ya había desayunado. Por su parte Yusuf se dio cuenta enseguida de que Jorge estaba irritado, por más que fingiera amabilidad con él; como de costumbre Álex aguardaba completamente desnudo tras el sillón de su amo. En cuanto retiraron los restos del desayuno y despejaron la mesa Jorge cambió de actitud y entró directamente en materia; no estaba dispuesto a aceptar excusas ni subterfugios.
—¿Cuántos esclavos están asignados exactamente a mi hacienda en Tauride? Me refiero a los que hay en la casa, no en toda la finca. Quiero cifras, Yusuf.
—Por supuesto elí —contestó con apuro el interpelado mientras buscaba afanosamente entre sus papeles—. Adscritos al servicio doméstico hay trescientos once esclavos de fuerza y los diecinueve esclavos personales. Como ya sabe, elí, no pudieron quedar con vida los esclavos selectos del Alto Benassur Gurión.
—Bien, que se presenten ante mí todos los esclavos que dan servicio a la casa: de fuerza y personales, quiero verlos a todos. Ahora.
El tono irritado de Jorge no admitía réplica. Yusuf dio una orden en voz alta y varios asistentes salieron disparados a cumplirla. En pocos minutos empezaron a llegar los primeros esclavos; se distinguía fácilmente la clase de cada uno, ya que los brutos iban desnudos salvo un escueto protector de tela en los genitales mientras que los personales llevaban una especie de jubón ceñido y sin mangas de color amarillo. Jorge no quería demostrar deseo por ninguno, aunque los escrutaba descaradamente con la impunidad de saberse su dueño y señor; además todos ellos miraban al suelo, sabían bien que no debían levantar la vista y muchísimo menos mirar directamente a los ojos. Los brutos presentaban un aspecto muy sucio, aunque algunos cuerpos eran sin duda hermosos; en cambio los pocos personales que había visto parecían sobrados de peso y para colmo velludos, aunque desde luego todos ellos carecían de barbas, seguramente porque estaban cumpliendo la orden que había dado el día anterior. Cuando habían pasado veinte minutos Jorge pensó no quería esperar más.
—¿Han llegado todos?
—No, elí —dijo Yusuf con claro temor en la voz—. Tu casa es grande y algunos tardarán, pero entre tanto podemos…
—¿Entre tanto? ¿Podemos? ¿Qué podemos? ¿Quiénes podemos? ¿Tú y yo? —rugió Jorge con enfado.
—Disculpa mi imprudencia, elí, no quise decir ni por un momento que yo pueda tomar decisiones.
Los empleados, a pesar de que no comprendían lo que estaba pasando se mostraban consternados y atemorizados; alguno incluso temblaba.
—Efectivamente, no puedes. Y no haré nada mientras no se cumpla mi orden. Que se presenten todos los esclavos en el patio, ¿cuántos eran?
—Trescientos once de fuerza y diecinueve personales, elí —contestó con seguridad Yusuf.
—Bien, trescientos treinta esclavos. Los quiero formados en el patio en quince filas de veintidós esclavos cada una —ordenó Jorge mientras pensaba con sorna que nunca se había imaginado que iba a usar su capacidad de cálculo mental para algo así—. Cuando esta orden esté cumplida me avisas; mientras voy a pensar en cómo castigar a los responsables de esta tardanza, es inaudito que se me haya privado hasta ahora de conocer a mis esclavos— dijo Jorge lanzando una mirada de amenaza a Yusuf, que empezó a sentirse realmente incómodo al recordar que Jorge le había instado varias veces a conocer a sus esclavos y que él había soslayado sus deseos.
En realidad Jorge no estaba tan enfadado, pero le gustaba el efecto que causaba fingirlo.
—Tiene razón, elí, lo debimos tener en cuenta; yo debí tenerlo en cuenta. Es culpa mía.
—Entonces serás tú quien asuma las consecuencias.
—Sí, elí.
Yusuf era la imagen misma de la desolación. Jorge se retiró al interior de la mansión pensando en cómo pasar el rato y con una seña hizo que Álex lo siguiera. Yusuf se puso de inmediato a dar todo tipo de instrucciones a Miceros para que se acelerase la llegada de esclavos en lo posible y empezó a organizar a los que ya habían llegado, que eran más de un centenar, para que quedaran colocados en la explanada de la forma que el amo había indicado. Jorge se sentó en un hermoso patio interior y reclamó la presencia de Eukario, quien acudió de inmediato.
—Buenos días, elí.
—Buenos días, buen amigo —le saludó jovial Jorge.
Eukario, a diferencia de Yusuf, tuvo la clara impresión de que Jorge estaba de excelente humor esa mañana. Jorge le indicó con un gesto que se sentara a su lado.
—Dime, ¿cómo era el Alto Benassur con sus esclavos? ¿Hacía uso de ellos a menudo? ¿Qué tipo de esclavos le complacían más? No sé si puedes hablarme de esto con libertad, no querría que cometieras ningún tipo de ilegalidad o indiscreción, si existe inconveniente me lo dices, pero si puedes explicarme las cosas te agradeceré que seas totalmente franco.
—No hay nada reprobable en que hablemos de ello, elí, te puedo informar de todo lo que necesites. En primer lugar te diré que yo entré al servicio del Alto Benassur hace solamente tres años, así que no puedo hablarte con seguridad más que de ese tiempo; el Alto Benassur en mi opinión evitaba todo contacto con los esclavos salvo con su esclavo selecto, que lo acompañaba por las noches; y también cuando a veces llamaba a los esclavos personales; con estos organizaba algo así como fiestas en las que cantaban y bailaban para él, incluso bebían juntos o jugaban a las cartas.
—¿Su esclavo selecto era solo para sexo? ¿Nada más tenía uno? ¿cómo era?
—No sé si era solo para sexo, elí, aunque lo supongo. Ten en cuenta que el Alto Benassur había cumplido ochenta y siete años cuando yo lo conocí. Su esclavo selecto se llamaba Abú; si poseía algún otro yo no lo conocí, eso te lo podrá confirmar Yusuf con seguridad. Era un esclavo de mi edad, aproximadamente, alto, y muy fuerte.
—¿Era hermoso?
—No para mí, elí, pero sí del gusto del Alto Benassur; sobrado de carnes, velludo y viril.
—¿Cómo fue sacrificado?
—Miceros lo degolló dentro de la tumba de su amo, para que lo sirviera en la otra vida; es la costumbre y la ley.
—¿Sabes si se resistió?
—No lo hizo, elí. Yo estaba presente. Es más, diría que lo deseaba de corazón.
—Dime con sinceridad, Eukario, ¿qué opinas del hecho de que yo no haya visto aún los esclavos personales que poseo?
—No soy quién para juzgarte, elí.
—¿Pero no es algo que resulta raro? Me refiero tanto a ti como al resto de empleados.
—No elí. Nunca se me habría ocurrido enjuiciar tus acciones, y mucho menos en algo que es totalmente íntimo. Y te aseguro que el resto piensa como yo: solo tú decides, el resto obedecemos.
No podía Eukario haber contestado a Jorge de un modo más satisfactorio. En ese momento Yusuf se presentó y le informó que todos los esclavos habían llegado y se encontraban formados tal y como había ordenado, pero Jorge, que ahora estaba más seguro que nunca de cómo debía actuar, lejos de dar muestras de impaciencia le hizo sentarse junto a Eukario y reprimió sus ganas de salir a curiosear, lo que dejó a su secretario perplejo porque no esperaba ahora ver a Jorge aparentemente indiferente cuando le había urgido tanto hacía solo un rato.
—Eukario me ha hablado de Abú, el esclavo selecto del Alto Benassur, y de cómo fue sacrificado junto a su amo. ¿Tenía algún esclavo selecto más?
—No, elí. Si hubiera poseído alguno más habría sido igualmente sacrificado en ese lugar y ese momento, pero únicamente Abú tuvo el honor del degollamiento —confirmó Yusuf.
—¿Y no es raro tener un solo esclavo selecto siendo el Alto Benassur alguien tan importante?
—No, elí. En realidad el Alto Benassur tuvo varios esclavos selectos en el pasado, pero hacía años que se habían reducido a uno, y ese era Abú.
—¿Quieres decir que los liberó o algo así?
—¿Liberar a un esclavo? Eso no es posible, elí —dijo Yusuf sin poder evitar que se le dibujara una sonrisa—. No, lo que hizo fue vender algunos esclavos selectos, pero de eso hace más de diez años. Ignoro si fueron revendidos a otros amos ni dónde pudieran estar ahora, aunque posiblemente ahora sean esclavos de fuerza, si es que viven.
Jorge averiguó así que no se podían liberar esclavos, y anotó mentalmente que debía indagar más en ese asunto en cuanto le fuera posible. Yusuf también le explicó que hacía diez años que había entrado al servicio del Alto Benassur, tras la muerte de su secretario anterior; fue seleccionado personalmente por el antiguo dueño para su puesto; anteriormente había sido contable para la Oficina de Justicia, donde también había llamado la atención de Kamar Abumón; sin duda Yusuf era una persona llena de buenas cualidades. Estuvieron charlando media hora o poco más, y cuando Jorge pensó que ya podía volver a interesarse en el asunto de los esclavos, (en los que pensaba todo el tiempo con impaciencia), se puso en pie tratando de no parecer ansioso.
—Veamos entonces cómo son esos esclavos —dijo.
Hicieron el corto recorrido hasta la galería exterior donde había desayunado. Se sentó en su sillón. Desde allí se dominaba el patio contiguo, donde efectivamente los siervos estaban formados en filas; en la primera se situaban los diecinueve esclavos personales, aunque los tres del extremo eran esclavos de fuerza, pues en cada fila cabían veintidós. La galería se elevaba casi un metro por encima del patio, al que se accedía por una pequeña escalera. Jorge se centró en examinar a los desgraciados seres que tenía bajo su dominio total, pero encontró que no podía hacerlo con total comodidad.
—Nueva regla —dijo de improviso. Eukario se apresuró a tomar buena nota—. Cualquier esclavo que se presente ante mí por primera vez deberá hacerlo sin ningún tipo de ropa ni dispositivo genital o anal.
Eukario hizo una seña a Miceros para que se acercara y le explicó la norma recién dictada; lo hizo en idioma ketirí para que el mayordomo la comprendiera perfectamente; automáticamente los esclavos quedaron desnudos por completo. Entonces Jorge sí pudo comprobar que ni uno solo de los esclavos personales le resultaba atractivo, y esto por muchos motivos; aunque no podía decirse que sus cuerpos estuvieran poco cuidados tampoco eran modélicos sino tirando a fofos, y lucían todo su vello corporal natural tanto en pecho como axilas, pubis e incluso espalda; sin duda así lo decidió en su momento Benassur. El tamaño de los penes de estos diecinueve esclavos era bastante grande, mayor desde luego que la media, y Jorge también supuso acertadamente que esto no ocurría por azar. Se fijó en que sus rostros lampiños parecían bastante irritados y mostraban zonas claras en donde seguramente hasta hacía pocas horas existían pobladas barbas, que se habrían tenido que rapar. Los esclavos de fuerza en cambio mostraban bastante buena forma, debido sin duda a su actividad diaria. Un apresurado chorro de agua a presión les había quitado la mayor parte de la mugre, pero aun así estaban sucios; también llevaban su vello natural en todo el cuerpo. Marcas de latigazos recientes y antiguas salpicaban sus cuerpos, aunque tampoco notó demasiadas.
La revista había sido a la vez una experiencia excitante y decepcionante para Jorge, quien comprendió que ninguno de esos esclavos le podía proporcionar el placer que deseaba. Ordenó entonces que se retiraran a sus tareas, y decidió sustituirlos de algún modo cuanto antes, pero entre tanto también quería aprovechar para dar muestra de su poder. Se dirigió a su secretario.
—Dime Yusuf, ¿es posible depilar de modo permanente a los esclavos?
—Sí, elí, de hecho la depilación de esclavos no es rara. Puede usarse técnica láser, es la más delicada, aunque hace tiempo que también tenemos una alternativa llamada “electrolisis” que destruye los folículos por completo; es totalmente eficaz, aunque muy dolorosa si se aplica sin calmantes.
—¿Y es posible realizar aquí mismo esa electrolisis?
—Sí, elí, posees un laboratorio grande y avanzado en Tauride que se emplea en muchos procesos con los esclavos.
—Perfecto. Que se la apliquen de inmediato a todos los esclavos.
—¿A los diecinueve? —quiso saber Yusuf.
—A los trescientos treinta. Y en adelante ordeno que todo esclavo que yo posea sea limpiado de este modo antes incluso de que lo vea. Un esclavo no puede tener cabello ni vello.
Yusuf quedó impresionado; como no quería equivocarse se atrevió a preguntar.
—¿Pestañas y cejas también, elí?
No, justamente eso deben conservarlo, los esclavos sin pestañas ni cejas me repugnan. Ah y que el primero en recibir el tratamiento depilatorio sea Álex; por supuesto el proceso debe aplicarse siempre sin usar ningún calmante.
—Como ordenes, elí.
Jorge sintió con fastidio que le asaltaban ciertos escrúpulos morales por el enorme sufrimiento que iba a sentir su esclavo favorito, y estuvo a punto de cambiar de opinión y permitir que su dolor fuera paliado, aunque no lo hizo; en cambio se le erizaban los pezones de gusto pensando en los alaridos que darían los otros cientos de esclavos, en ese momento desnudos e ignorantes de su destino, que sudaban impávidos y desnudos bajo el sol del mediodía frente a él. De todas formas, pensó, pronto los iba a vender a todos.
15. Son tuyos
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