Jamás he sido bueno manejando los cumplidos. En mi vida diaria, modestia a parte, no son escasos aunque tampoco cosa de diario. Aún así, mis tendencias me llevan a "intentar no destacar", regresar el cumplido o desestimarlo con frases como "realmente no es nada" o "fue solo suerte", pero hay cumplidos por los que daría lo que fuese y que llevo (los pocos que he conseguido) en el corazón: los halagos de un verdadero amo.
—No me gusta que se metan en mi vida ¿sabes? —me había colocado a cuatro patas a un lado de su cama, de su lado derecho, rechazado sutilmente de entre sus piernas, escuchaba atentamente mientras el seguía viendo su celular y pasaba su otra mano distraídamente por mi cabello, como si fuese un perro— Ya tengo una novia, y novio no necesito, así que vamos dejando claro tú lugar ¿entiendes?.
Ni siquiera pude responder adecuadamente. Volvió su mirada hacia mí, me tomó con fuerza del cabello y asintió con mi cabeza. Él se veía satisfecho y yo estaba encantado. Se levantó como si nada y comenzó a buscar algo en el armario.
—Mi nombre es Uriel, lo cual a tí no te importa porque para tí soy "amo" —sacó de su armario una caja y vació su contenido en el suelo: una gran variedad de cuerdas, juguetes, collares y utensilios varios rodaron entre él y yo—, y tu nombre a mí no me interesa porque probablemente sea lo único de ti que no planeo usar. Ahora escoge 3 cosas de aquí que creas qué me gusten y guarda lo demás. Veamos si eres tan estúpido como pareces.
Vaya, eso dolió. ¿En serio me veía estúpido en general? ¿Iba a dejar que un sujeto salido de la nada me hablase así? Una gota de líquido pre manchó el piso como respuesta. No es que no tuviese orgullo, o que no me doliese que me lo dijeran, era un sentimiento oscuro y complicado en el fondo de mi pecho que me impedía hablar y al mismo tiempo me exitaba intensamente.
Probablemente no ve veía "estúpido" a los ojos de los demás, pero a los ojos de un amo mi pequeña fachada de chico cualquiera se había desmoronado en segundos. En el fondo sabía que él tenía razón, debía parecerlo, puesto que desde el fondo de mi ser sentía que había algo que me hacía inferior a él. ¿Era yo estúpido? ¿Era el cómo lucía? En ese momento no podía importarme menos. Mi nuevo amo me había dado una tarea y debía concentrarme en cumplirla.
Lo primero que tomé fue el collar y la correa, que supuse sería "uno" ya que estaban unidos. Mi amo me había tratado como perro nada más entrar, supuse que debía completar el concepto. Los otros dos objetos no fueron tan sencillos de elegir, había dildos de varios tamaños, faldas y tangas, velas a medio quemar, un antifaz, esposas y... Suspiré para mis adentros, algo me decía que era la decisión correcta, y que habría sido mejor equivocarme.
—No eres un completo inútil, entonces —pasó su mano sobre mi mejilla y me dió un par de cachetadas ligeras— póntelo todo, me entregas la llave y te hechas frente a mis pies.
El volvió a su teléfono y yo a concentrarme para intentar bajar mi erección. ¿Realmente lo iba a hacer? ¿Y si algo salía mal después? Con un nudo en la garganta y un pequeño click, la jaula de castidad quedó cerrada junto a mí última vía de salida. Cómo pude me puse el collar y coloqué el aza de la correa y la pequeña fusta sobre mi espalda mientras me agachaba frente a sus pies.
Pasaron varios minutos, calculo, sin que él hiciera nada más. Lo oía tecleando en su pantalla y veía sus tenis moverse de vez en cuando, pero mi frente casi tocaba el piso y me negaba a moverme, así que no podía ver mucho más. El nudo en mi garganta crecía con cada segundo y las ganas de hablar y preguntarle cualquier cosa se hacían insoportables, pero logré resistir. Él me había ordenado solo hecharme a sus pies, si debía hacer algo más, me lo haría saber él sí lo consideraba así. Afuera, en el día a día, tenía que razonar todo. En aquel sitio, mi trabajo no era pensar, solo seguir órdenes.
—Bien, parece que no eres un complemento novato —eso no era del todo cierto, pero no era algo que ameritase interrumpir. De repente sentí un peso sobre mi cabeza. Tuve que hacer esfuerzo para que mi frente no tocase el piso— hagamos esto rápido. Ahora no tengo tiempo de entrenarte como se debe, al menos de momento, así que vendrás cuando te llame, dejas tu ropa en la entrada y te pones el collar. La jaula te la dejas, ya veré yo cuando te la quito y, sobre todo, siempre sigues órdenes. Sin peros, sin preguntas. Así sea que te diga que me la chupes aquí, como de seguro estás deseando, o sea que te diga que salgas sin ropa interior y con falda a tu escuela ¿Estamos?.
—S-sí, amo.
Mi respuesta salió de mis labios temblorosa y cargada de nerviosismo, pero aún así demasiado rápido como para pensarla y demasiado profunda como para creer que podría haber respondido cualquier otra cosa.
Sentí su mano tomar la correa y la fusta, mientras un leve temblor comenzaba a recorrer mi cuerpo, aunque no sabía si era de nervios, miedo o exitacion. Probablemente una lasciva mezcla de los 3.
—Sabes qué hacer ¿No? —Antes de que pudiese preguntar cualquier cosa, un latigazo rápido y firme cruzó mi espalda. Antes de que pudiese procesar lo que pasó, un "uno" fuerte y claro salió de mis labios. Era inexperto, sí, pero no tan estúpido como lo parecía... o eso esperaba— nada mal, supongo, aunque no te oí darme la gracias. ¿Cómo se dice cuando alguien voltea a ver a alguien tan patético y decide jugar un poco con él?.
—Gracias am...—el nuevo latigazo fue igual de repentino que el primero, solo que tal vez un poco más doloroso. Tuve que apretar los dientes para no soltar un pequeño grito y en cuanto el dolor me dejó hablar me apresuré a responder— ¡Dos! Gracias amo.
Sí esperaba una respuesta, pronto entendí que solo perdía el tiempo pensando. Los latigazos caían a intervalos irregulares, sin orden ni preferencia. Hubo un lapso en el cuál juraría que lo oí teclear en su celular. ¿Me estaba ignorando? ¿Importaba menos que su conversación en la pantalla? Entre números y "gracias amo" me llegó la realización: sí, importaba menos. Y, de alguna manera, aquello me hizo sentir mejor. Importaba menos y aún así me tenía a sus pies, pues por poco que lo hiciera, importaba.
Probablemente llegué por ahí del 50, con la espalda marcada y los dientes adoloridos por tanto apretarlos. El dolor y yo no nos llevábamos muy bien, pero mi amo así lo había querido y estaba seguro que podría haber sido mucho peor. Aquello había sido doloroso, sí, pero no fuerte. Aquello fue pura técnica.
—Has aguantado muy bien —bajó sus pies de mi cabeza y me tomó del pelo para que lo viera directamente. Aquella visión me dejó encantado. Mi cara, roja por el dolor y con un par de lágrimas que se me escaparon, debió parecerle de lo más gracioso, porque en cuanto me vio comenzó a reír y soltó su agarre de mi cabello. Su risa clara y sin malicia siquiera, su sonrisa libre y sus ojos brillantes de auténtica diversión, aquella vista me hizo pensar que el mundo estaba solo para diversión de personas como él— vamos, que te he dejado la espalda marcada y tú tienes cara de estar a punto de pedirme perdón. ¡Vaya que me conseguí una buena perra!
Su risa siguió un poco más, lo cual me dió el tiempo suficiente de llenarme de felicidad y "orgullo". ¿Había sido eso un halago? ¿Habría otras personas que, no siendo sumisas, lo tomarían como tal? A día de hoy sigo sin saberlo, pero en ese momento no importaba. Había hecho feliz a mi amo y ahí supe que ese sentimiento era mejor que cualquier otro.
Sumiso por un halago (primera sesión)
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