Escrito por: DomPup26
1645 palabras
Primera vez (parte I)
La puerta se cerró detrás de mí con un clic seco.
El sonido me atravesó como una descarga: ya no había vuelta atrás. Estaba en su territorio. En su guarida. El olor era de cuero, madera vieja, algo masculino y elegante, como él.
Habíamos hablado muchas semanas hasta que me decidí aceptar su invitación, era la primera vez que quedaba para este rollo.
Él me esperaba de pie junto al sillón. Alto. Firme. En sus cuarenta largos, con la barba impecable, camisa negra abierta justo lo necesario para ver su pecho. No hizo ningún gesto. Solo me miró. Como si ya supiera qué hacer conmigo.
—Yago —dijo, y mi nombre sonó grave, acariciándome el estómago por dentro—. Te dije que vinieras preparado.
Asentí. Tenía el corazón desbocado, la boca seca. Levanté los ojos, buscando una orden, algo que me salvara del vértigo. Me la dio:
—Quítate la ropa. Toda.
Mis manos temblaban. La camiseta cayó primero. Luego los vaqueros. Me quedé en calzoncillos. Dudé.
—Toda, cachorro.
Su voz no subió el tono. Pero fue imposible no obedecer. Me sentí expuesto, vulnerable… y más duro de lo que nunca había estado. Cuando estuve completamente desnudo, se acercó despacio, como un depredador seguro de su presa.
—Manos atrás. De rodillas.
Obedecí. Sentí el suelo frío bajo las piernas, pero su presencia lo llenaba todo. Se agachó frente a mí, su mano grande y tibia en mi cuello. Me sostuvo la mirada. Sus ojos eran grises, profundos. No había juicio. Solo control. Seguridad. Y un deseo feroz, contenido.
—¿Primera vez, seguro? —preguntó.
—Sí, Sir.
Sonrió apenas. Luego sacó de su bolsillo algo pequeño. Un collar negro, sencillo. Lo abrochó con calma alrededor de mi cuello.
—Ahora eres mío, Yago. Para esta noche, para este instante. ¿Entiendes?
—Sí, Sir.
—Buen chico. —Me sacudió la cabeza y yo saqué la lengua por instinto.
Luego bajó por mi espalda, firme, explorándome. Me colocó un arnés simple, ajustado a mi cuerpo, y cada hebilla cerrada era una rendición más. No dolía. No había castigo todavía. Solo su control. Su presencia. Su ritmo.
Me hizo caminar a cuatro patas hasta una alfombra gruesa. Me acarició detrás de las orejas. Me llamó pup, mi perro bueno. Y cuando me hizo lamer sus botas, supe que no había otra cosa que quisiera ser en ese momento.
Mi cuerpo le pertenecía. Pero lo más peligroso era que empezaba a querer que también lo hiciera mi mente.
Primera vez (parte II)
Su bota brillaba con la poca luz de la habitación. La había lamido como me pidió, con la lengua húmeda, concentrado, escuchando cada respiración suya mientras lo hacía. No buscaba mi placer: buscaba el suyo. Y él lo notaba. ...