Una semana... Desde aquella noche que pasé en su casa y me comí su polla mientras su mirada estaba clavada en mí, y esa forma de imponerse sin ni siquiera alzar la voz.
Y yo… bueno, yo desde entonces andaba medio tont. Lo pensaba más de lo que quería admitir. Jonathan me había dejado marcado.

Yo soy más de pasar desapercibido, callado, algo tímido…Pero él…
Jonathan es todo lo contrario. Alto, fuerte, muy tatuado, con esos ojos que parece que te atraviesan. Tiene una energía que impone, que te hace dudar si estás a salvo o si te va a dar la vuelta como un calcetín en cualquier momento. Y encima tiene esa forma tan suya de hablarte… como si supiera que vas a hacer lo que él diga, tarde o temprano.

Ese día subía a casa como cualquier otro. Volvía del súper, con los cascos puestos, sin pensar mucho en nada. Me metí en el ascensor, y justo cuando estaba por cerrarse la puerta, una mano fuerte la detuvo.
Yo levanté la vista… y ahí estaba él.
Jonathan.

Sudadera negra, gorra hacia atrás, esa cara seria que siempre lleva. Me miró con esa media sonrisa suya, como quien ya sabe algo que tú no.
Jonathan: Tenias pensado cerrar la puerta y no dejarme subir? —me soltó, apoyándose en el marco.

Yo: No No!… o sea, no te había visto —le contesté, intentando sonar normal, pero ya notaba cómo se me aceleraba el corazón.

Nos metimos los dos. Él le dio al botón de su piso. Subíamos juntos. Yo de espaldas al espejo, él al lado. Su presencia llenaba el espacio, literal. Todo él era grande, fuerte, seguro. Y yo… era yo. Pequeño/a al lado suyo, por dentro y por fuera.

En mitad del silencio, sin decir nada, Jonathan forzó un poco la puerta corredera del ascensor haciendo que se trabara, es seguro, lo hacía de pequeño con mis amigos pero el también se dañó el truco…en es e momento me puso una mano en el hombro. Firme.

Jonathan: ¿Estás nervioso… o es que te hace ilusión volver a verme?

Me lo susurró al oído. Así. Con esa voz grave que te eriza la piel aunque no quieras.

No supe qué contestar. Solo me salió asentir muy suave, casi imperceptible.

Jonathan: Ya me imaginaba.

Entonces empezó a desabrocharse el pantalón. Yo ya empezaba a imaginar por dónde iba todo eso. Pero aún así, me pilló.
Sacó su polla morcillona.
Me miró, giró la cabeza un poco, y con tono muy serio, me dijo:

- Esta vez, nada de jueguecitos. No quiero que tardes.

No preguntó. No pidió permiso. Solo me empujó a la fuerza hacia abajo, hasta que quedé de rodillas, ahí mismo, en medio del ascensor. Y me puso a mamar.

Jonathan: Venga, a lo tuyo. Ya sabes cómo, como una zorra —me ordenó, con esa voz suya seca, directa.

Y yo… yo lo hice. Sin pensar. Con ese nervio en el estómago, pero también con una sensación extraña de se...