Escrit per: maduro_usable_asako
742 paraules
Apenas me dí cuenta cuando me soltaron. Mi estado era de estar en una puta nube, como en trance. Y no quería salir de él.
Tardé un par de minutos en recuperar mi capacidad de pensar. Cuando lo hice, me di cuenta de mi patética situación: tirado en el suelo, era un despojo. Mi culo palpitaba, estaba convencido de que nunca más se iba a cerrar, pero no dolía. Tenía la espalda, el pelo y el culo cubierto de corridas de todos los tíos que habían querido correrse (que no fueron tantos). Mis manos, aún atadas a la espalda, estaban pringosas de corridas calientes. Mi polla, que había estado a punto de correrse varias veces dentro de la jaula, estaba insensibilizada. Me dolían los huevos, mucho, pero ya sabía que eso iba a pasar. Y, si el tío cumplía su plan, iba a estar mucho tiempo sin poder hacerlo.
Mi cuerpo empezó a responder. Me dolían los hombros, pero tiraron del collar de la correa y, medio a rastras, me llevaron por el local. Ni idea de dónde iba, pero tampoco lo necesitaba, estaba convencido de que había caído a lo más bajo, a la depravación total. Qué equivocado estaba.
Ni me di cuenta de que dejaba el suelo pringoso del local y pasaba a uno frío, de azulejos. Me hicieron pasar, de rodillas, a un sitio que noté húmedo, pero yo no estaba para pensar.
De nuevo el rotulador en el pecho. Sin saber qué me escribían, no me preocupaba lo más mínimo.
Noté una mordaza de aro abriéndome la boca. Era grande, tirando a enorme. Mi mandíbula sufría, pero no estaba para quejarme.
“Puta de mierda, ya has cumplido la parte de tu fantasía. Ahora vamos a dar una vuelta de tuerca más. Te voy a quitar lo de los ojos y vas a ver como te conviertes en el orinal de la fiesta. Queda una hora para que cierren y hay decenas de tíos, ya hay cola para usar el baño.”
Al quitarme la venda y tras unos segundos para acostumbrarme a la luz, vi que estaba en un baño, grande, abierto. Estaba de rodillas en una especie de foso, mojado de meadas.
Si hubieses estado en condiciones de pensar, me habría horrorizado. Eso no estaba en mis fantasías, ni siquiera estaba hablado, pero no podía hacer nada. Por un lado, no estaba para discutir ni opinar. Por otro, le había dado un permiso tan amplio, que podía hacer eso y más.
Él mismo inauguró mi nueva tarea como orinal. Metió su polla en mi boca y, sin miramientos, empezó a mear. Una meada larga, olorosa, humillante, vejatoria. Ni me moví, sabía que no debía hacerlo. Tuve que tragar parte para poder respirar pero la mayoría bajó por mi pecho hasta sumarse a la que estaba bajo mis rodillas.
Al apartarse, vi a media docena de tíos buscando hacer uso de ese nuevo orinal. Por primera vez en mucho rato, vi sus cuerpos, sus pollas, sus miradas de desprecio, de humillación. Me miraban y me insultaban, me decían de todo: puta mierda, no se puede caer mas bajo, solo sir...
La locura (3)
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