El sexo siguió con una frecuencia pocas veces menor que semanal. La mayor parte de las veces eran cuartetos, otras veces eran tríos, al no poder alguno de los tres machos, casi siempre Gonzalo que se liaba con algunos casos complicados, pero tampoco faltaban los duetos, muchos con Ferrán que para Alan seguía siendo especial. Era la puta de todos, pero Ferrán era su hombre, quien le había hecho saber quién era, ser él mismo, el maricón orgulloso de serlo.
Alan, cuando regresaba del trabajo y no estaba María, andaba muy relajadamente por toda la CUARTA PLANTA, a veces salía a casa de cualquiera de sus vecinos totalmente en pelotas o más frecuentemente con sólo una tanga. A pesar de tener que servir a tres machos era él quien más sentía ganas de sexo. Ya tenía las llaves de las cuatro puertas, de la suya propia por supuesto, y de las tres más. A veces le daba la sorpresa a uno de ellos, esperándole dentro de su apartamento totalmente desnudo.
Poco a poco y casi sin proponérselo se ponía a arreglarles la casa, a lavar los platos que habían dejado en el fregadero, a pasar la aspiradora. Disponía de tiempo porque por su trabajo era el primero que llegaba y se iba al apartamento de uno o del otro. Ellos recibían esas atenciones de muy buen grado y con el tiempo Alan se ocupaba de la limpieza de todas las viviendas de la planta, incluyendo la suya propia porque María “tenía poco tiempo” y se le recostaba. La cosa llegó al punto que cuando veía que había que cambiar las sábanas de los machos, las cogía y las metía en una de las lavadoras todas juntas. A veces la sábana de uno iba a para la cama del otro porque ahora todos se habían hecho con camas king size, pero a ellos eso le importaba un comino, les daba igual, si se follaban a la misma puta, qué más daba lo de las sábanas.
Alan era eficiente, muy organizado y siempre se aseguraba de dejarlo todo limpio y todo bien para que le quedara el viernes libre para abrirse de nalgas cuando los machos se reunían para tomarse unas cervezas. Era él quien se las servía, ya no se levantaban a buscarla a la nevera, para eso estaba él siempre pendiente de sus necesidades.
La situación se prorrogó y se hizo cotidiana. El culo de Alan se había transformado, ahora al separarle las nalgas lo que se veía no era aquel ojete rosado, era literalmente una raja con sus bordes engrosados y resistentes a las embestidas que le daban. No estaban juntos sólo durante el tiempo de la follada, se quedaban hablando, generalmente tomando cervezas y Alan sirviéndoselas, acariciado por uno o por otro.
Ferrán que era el más hablador y quien más se interesaba por otros aspectos de su vida, laboral, familiar y personal, muchas veces le preguntaba de como seguía su vida con María y Gonzalo se percató de ciertos comentarios de Alan, que si hacía rato no follaba con ella, que ella no quería, que o tenía la menstruación o le dolía la cabeza, que ya nunca l...