Alan se sentía muy feliz. Ahora se daba cuenta que María le había quitado una loza de encima cuando le planteó el divorcio y hasta le agradecía a aquel amante que le hubiera seducido.
Le gustaba hasta el detalle de que, al ser funcionario, regresaba del trabajo antes que los otros, llegar, tomar el juego de llaves de todas las puertas e ir de un apartamento al otro, buscar la ropa sucia, llevársela y lavarla. Ahora la segunda habitación (sólo su piso tenía dos habitaciones) era una especie de lavandería, no había cama, tenían una gran cesta para la ropa sucia y habían comprado una lavadora de gran capacidad de carga.
En días laborables cada cual comía en su trabajo, pero los fines de semana y todos los días para cenar lo hacían en casa de Alan, quien se había hecho con una docena de delantales, cuál de ellos más sexy o más femenino. Muchas veces en verano se ponía sólo una tanga y encima un delantal. Le encantaba tener las nalgas al aire, siempre había estado orgulloso de su culo y ahora más aún, que prácticamente vivía con sus machos, para él sus tres maridos. Usaba unas sandalias de mujer con medio tacón y sin talón para andar por casa, se las había comprado Antonio, pero se dio cuenta, por el espejo, que el tacón le recolocaba el cuerpo y le hacían lucir aún mejor culo.
Se hizo la depilación laser e iba periódicamente a que le revisaran, no tenía un pelo del cuello para abajo. Le gustaba tener a Ferrán, Antonio y Gonzalo sentados a la mesa y servirles. Sólo cuando toda la comida estaba servida, se sentaba a acompañarlos a comer. En la sobremesa, cuando se tomaban unos chupitos, siempre se sentaba sobre las rodillas de uno de ellos. Por supuesto, después de un rato le requerían y levantaba su culo de uno para posarlo sobre las rodillas de otro.
Andaba mucho tiempo en castidad, dentro y fuera del sexo. La jaulita se la había comprado Gonzalo, pero ahora también le tenía que obligar a quitársela cada cierto tiempo porque si fuera por él andaría siempre con ella puesta. Ya prácticamente no tenía erecciones, aunque no la tuviera puesta, ni las quería, su libido se había desplazado totalmente a su culo y ya no era para nada infrecuente que se corriera sin tocarse la polla, sobre todo le era fácil cuando sentía que se añadía la corrida del tercero una vez que ya había recibido las otras dos corridas en el culo.
No iba nunca al supermercado a hacer la compra, siempre se la traía Antonio, pero sí le gustaba ir de tiendas. A veces iba solo, pero le gustaba más ir acompañado. Le costaba convencerles y unas veces iba con uno y otras con otro. No sólo iba a comprar ropa para sí, sino que le gustaba escogerles la ropa a sus maridos. Ellos se dejaban, estaban demasiado contentos sabiendo que al llegar a casa no tenían nada que hacer, se daban una ducha y sólo tenían que esperar por la cena. Los cuatro andaban por los pasillos de la CUARTA PLANTA sin el más mínim...