Siendo sumiso, no es ajena la idea de qué hay personas que son superiores. Hombres, mujeres, trans, pasivos, activos, lo que sea, no es cuestión de género, se siente como algo mucho más profundo y primitivo.
¿Es esa persona más atractiva? ¿Más carismática? ¿Más segura de sí misma? Los motivos no importan. Como siempre en el reino animal, lo importante son las sensaciones.
Inclusive en internet te puedes hacer una idea, supuestos amos que parecen ser solo activos con problemas de ira. Tan pronto como comienzan a mandar mensajes como "te voy a violar como te gusta", un sumiso sabe en el fondo que ese no es un amo, tal vez una buena cogida con su respectiva dosis de abuso físico y tal vez verbal (si te va bien), pero no una sesión con un amo.
Supondré que para un amo de verdad es tan simple o más reconocer a un esclavo. En mi caso siempre he pensado que soy bastante obvio, siempre inseguro, siempre con miradas furtivas, encogiendome ante la presencia de los demás y demasiado nervioso como para dar un paso adelante. Y tal vez fue justo eso lo que propició todo.
Iba camino a la universidad, sentado solo en una combi de la CDMX (una especie de furgoneta usada como transparente público) cuando subió un chico y todo comenzó a salirse de control. El chico, calculo no más de 25, era alto, probablemente 1.80; tenía piel clara ligeramente bronceada por el sol, aunque en la piel de su abdomen que se asomó por un momento cuando se sentó se veía unos tonos más claros; el pelo negro, liso y no muy largo en un corte popular; y lo más destacable, una sonrisa blanca, ordenada y cargada de seguridad.
¿Era, entonces, el chico más guapo que haya visto? Para nada, solo en mi facultad ya ubicaba un par bastante más guapos. ¿Era alguien con mucho estilo? Tampoco, al menos no particularmente, su pantalón de mezclilla negro, sudadera oversize café y lentes de sol lo hacían ver bien, pero nada fuera de lo común. La verdad pregunta era porqué mi cuerpo inmediatamente supo que, de haberme lo pedido, me habría arrodillado ahí mismo, sin saber siquiera su nombre.
Se sentó cerca de la puerta, casi al lado contrario de dónde yo me encontraba y se estiró con calma y confianza impropias del transporte público. Subió sus pies al asiento y sacó su teléfono sin prestarme mucha atención, o al menos eso creía yo.
Suponiendo que ni en 1000 años podría tener la atención de alguien así, me dediqué a verlo "disimuladamente" de vez en cuando mientras fingía ver algo en mi teléfono. Probablemente no haya sido exactamente como lo imaginé, tal vez me vió mirándolo demasiado, o tal vez fue lo tenso que se me veía, pero sea como fuese, el chico soltó una pequeña risa, sonrió hasta hacerme temblar y, tan despreocupadamente como se había sentado, se recorrió justo hasta mi lado, recargando su pie junto a mí y disfrutando de verme ahí, encogido a más no poder y con la mirada clavada en el piso.
—¡hey! —subí la vista al oir su voz y trate de concentrarme en lo que decía y no en lo abrumador de su presencia—¿Tienes la hora?.
Incluso ahora mi mente se confunde sobre lo que pasó en aquel momento, su imagen ocupa todo en mi memoria y me impide recordar adecuadamente. ¿La hora? Claro, tenía mi celular en la mano, pero él acababa de guardar el suyo momentos antes. Recuerdo que mi mente se llenó de pensamientos innecesarios y mi boca solo puso producir algo como un "oh! Claro" entre tartamudeo y nerviosismo.
Estoy casi seguro que no le respondí del todo. Otra risa disimulada y un vistazo a su abdomen con ese clásico movimiento para "ventilar" mientras se subía la sudadera hicieron que perdiera la poca concentración que me quedaba.
El chico solo negó con la cabeza ligeramente divertido, miró por la ventana y gritó al conductor.
—¡Bajan! —giró para verme, aún luchando por procesar lo que pasaba. Se puso de pie mientras el vehículo se detenía y la puerta se abría— ¿Vienes?.
Se acomodó el paquete en el pantalón y se dió vuelta sin importarle si yo lo seguía. Me demoré un segundo en decidir: otro día de clases o seguir a un completo desconocido para hacer dios sabe qué. Ambos sabíamos cuál sería mi respuesta.
Agradecí al conductor y un momento después estaba saltando por la puerta, siguiendo la figura del chico que en ningún momento se había detenido o volteado siquiera. Al llegar a su lado aquella risa, a mitad de camino entre la diversión y la certeza de tener la razón, fue la única señal que recibí de haber sido notado.
Caminamos un tiempo sin hablar, sin que él me mirase o yo tuviera el coraje de preguntar si todo eran imaginaciones mías o iba a pasar algo más. Justo cuando me armé de valor para hablar, él se detuvo frente a una puerta negra y sacó sus llaves para abrir.
—¿Tienes algún problema con los besos? —su mirada no abandonó su llavero mientras hablaba— No esperes un beso romántico, pero me gusta probar el terreno de vez en cuando.
Abrió la puerta y entró, de nuevo sin esperar respuesta. Me quedé descolocado y sin saber exactamente qué hacer. Se volteó para verme ligeramente extrañado y se adentró más en su casa.
—Cierra la puerta, entres o no—El sonido de su voz me llegó ligeramente amortiguado por la distancia. un momento después solo se escuchó el sonido de la cerradura— y deja tu ropa junto a la puerta.
Mi cuerpo temblaba, mi conciencia gritaba que no debía estar ahí y mi erección era tan fuerte que comenzaba a doler.
Una nuera risa, un vistazo a aquella sonrisa que me hacía temblar y un "buen trabajo, perro" me indicó que había tomado una buena decisión al llegar a 4 patas.
Iba a tener un largo día por delante.
Sumiso por una sonrisa. (Intro)
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