EL CAMIONERO DEL SUEÑO

Era Agosto y aprovechaba la semana de ferias locales en el país para huir de todas las ruidosas conglomeraciones de borrachos para ir a hacer senderismo a las montañas. Pero las mejores rutas son precisamente las menos accesibles y si no tienes coche te toca pringar con los autobuses de los pueblos, sus ridículos horarios, sus enormes retrasos y su nula formalidad.

Y así es como tras esperar 2 horas al sol, sin que llegará el autobús que me dejara en mi hospedaje, decidí hacer dedo en la carretera. La mochila se volvía cada vez más pesada y el desanimo que producía ver que los coches pasaban sin pararse no ayudaba en lo más mínimo. Se acercaba la hora de comer y mi estómago ya empezaba a protestar. Un camión se acercaba y me preparé para hacer dedo una vez más, esta vez sin ningún tipo de esperanza. El camión pasó tan rápido que apenas pude ver bien al conductor y el viento que vino después de la pasada hizo saltar por los aires mi gorra.

Mientras intentaba atrapar la gorra sonó un estruendoso claxón. El camión había frenado unos metros más adelante y corrí hacía él antes de que su conductor cambiase de opinión. El camión transportaba una famosa marca de postres y cuando llegué a la puerta del conductor, que ya había abierto, pude ver con más detalle un tío ancho y fuerte como un armario, con barba tupida, pelo negro y piel oscura. Llevaba unas gafas de sol nuevas y una camiseta negra, algo manchada y desgastada que parecía que iba a reventar al intentar contener sus brazos, su pecho y su barrigón.

-¿A onde vas?- Me pregunto con voz grave y autoritaria. Cuando le dije mi destino me dijo que le pillaba de paso y que subiera. Así lo hice.

Me costo abrir la puerta del copiloto, estaba como pegajosa por el quicio que hacía efecto ventosa y casi me caigo al abrirla finalmente. Dentro olía mucho a vestuario, las ventanas estaban cerradas por el aire acondicionado y parecía que ahí no se había ventilado en semanas. El camionero me dijo que pusiera la mochila en la litera de la cabina mientras retomaba la marcha. Me costó ver que había una cama detrás de los asientos con todo el desorden (Pantalones viejos, calcetines amarillentos, gayumbos que hace mucho serían blancos, camisetas, envases de comida medio vacíos y condones usados con su nudito. Tuve que tardar más de lo que pensaba dudando donde sería mejor dejar la mochila que él me la quito de un manotazo y la echo con fuerza atrás.

Yo me quede cortado y algo violento por esa actitud que no mejoraba con la cara de mala hostia que llevaba. No hablaba y el silencio cada vez era más pesado. No me atrevía a mirarle apenas por si me devolvía otra bronca o me echaba de su vehículo (No me extrañaría que incluso en marcha). Pero al pasar unos 5-10 minutos se abrió un poco de piernas y y levantando el culo soltó un sonoro y largo pedo. No pude evitar mirarle ...